27-12-1978
Señoras y señores
Diputados,
Señoras y señores
Senadores:
Como expresión de los
momentos históricos que estamos viviendo, y cuando acabo de sancionar, como Rey
de España, la Constitución aprobada por las Cortes y ratificada por el pueblo
español, quiero que mis palabras, breves y sencillas, sean ante todo de
agradecimiento hacia los miembros y grupos de estas Cámaras que han elaborado
la norma fundamental por la que ha de regirse nuestra convivencia democrática.
Y para proyectar
hacia el futuro este sentimiento de gratitud por la labor realizada, formulo mi
más sincero deseo de que todas las fuerzas políticas vean cumplidas cuantas
esperanzas han depositado en el texto constitucional, a la vez que confío en su
buena volutad para aceptar y ejercer la responsabilidad que en su aplicación
les corresponde.
Mi saludo, también,
al Gobierno de la Nación, a la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, a la
Junta de Jefes de Estado Mayor, a las representaciones de los Altos Organismos
e Instituciones del Estado, así como a las religiosas y del Cuerpo Diplomático
que hoy se encuentran aquí.
En todos ellos
quisiera significar el reconocimiento hacia las distintas Instituciones que, de
una u otra forma, han contribuido a esta empresa colectiva que ahora culmina, y
concretar el mensaje de paz y solidaridad de los españoles hacia las demás
naciones de la Tierra.
Y gracias, por fin al
pueblo español, verdadero artífice de la realidad patria, representado por las
distintas fuerzas parlamentarias, y que ha manifestado en el referéndum su
voluntad de apoyo a una Constitución que a todos debe regirnos y todos debemos
acatar.
Con ella se recoge la
aspiración de la Corona, de que la voluntad de nuestro pueblo quedara
rotundamente expresada. Y, en consecuencia, al ser una Constitución de todos y
para todos, es también la Constitución del Rey de todos los españoles.
Si ya en el mismo
instante de ser proclamado como Rey señalé mi propósito de considerarme el
primero de los españoles a la hora de lograr un futuro basado en una efectiva
concordia nacional, hoy no puedo dejar de hacer patente mi satisfacción al
comprobar como todos han sabido armonizar sus respectivos proyectos para que se
hiciera posible el entendimiento básico entre los principales sectores
políticos del país.
Pienso que este hecho
constituye el mejor aval para que España inicie un nuevo período de grandeza.
Y hoy, como Rey de
España y símbolo de la unidad y permanencia del Estado, al sancionar la
Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo español,
titular de la soberanía nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla.
Importante es el paso
que acabamos de dar en la evolución política que entre todos estamos llevando a
cabo. Importante es la aprobación de una Ley básica como la que hoy he
sancionado y que constituye el marco jurídico de nuestra vida común; pero pensemos
que la ruta que nos aguarda no será cómoda ni fácil, y que, al recoger el fruto
de la etapa que se cierra, debemos abrigar también la ilusión de no desfallecer
en nuestro empeño, el propósito de no ceder terreno al desánimo y la seguridad
de mantener el pulso necesario para sortear escollos y dificultades.
Si hemos acertado en
lo principal y lo decisivo, no debemos consentir que diferencias de matiz o
inconvenientes momentáneos debiliten nuestra firme confianza en España y en la
capacidad de los españoles de profundizar en los surcos de la libertad y
recoger una abundante cosecha de justicia y de bienestar.
Porque si los
españoles sin excepción sabemos sacrificar lo que sea preciso de nuestras
opiniones para armonizarlas con las de otros; si acertamos a combinar el
ejercicio de nuestros derechos con los derechos que a los demás corresponde
ejercer; si postergamos nuestros egoísmos y personalismos a la consecución del
bien común, conseguiremos desterrar para siempre las divergencias
irreconciliables, el rencor, el odio y la violencia, y lograremos una España
unida en sus deseos de paz y de armonía.
De acuerdo con estos
propósitos, la Monarquía, que como Institución integradora debe estar por
encima de discrepancias circunstanciales y de accesorias diferencias, procurará
en todo momento evitarlas o conjugarlas para extraer el principio común y
supremo que a todos debe impulsarnos: lograr el bien de España.
Los pueblos de España
tienen planteadas grandes demandas en el orden del reconocimiento de sus propias
peculiaridades, del trabajo, de la vida familiar, de la cultura y la igualdad
efectiva de las oportunidades en el ejercicio cotidiano de la libertad.
A todo ello hemos de
consagrar nuestros esfuerzos en el tiempo que se avecina.
Íntimamente identificados
con el pueblo, siempre cerca de él, en contacto directo con sus preocupaciones
y urgencias, podremos garantizar para el futuro el orden social justo a que
todos aspiramos.
Al reiterar a todos
mi agradecimiento y mi satisfacción, quiero terminar expresando el orgullo que
siento por estar al frente de los españoles en estos tiempos decisivos en que
nuestras miradas deben dirigirse al porvenir con fe, con optimismo, con
decisión y valentía, con la más ilusionada de las esperanzas.
El día de mi proclamación
tuve ocasión de decir que el "Rey es el primer español obligado a cumplir
con su deber".
Por eso repito ahora
que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidas a este
honroso deber que es el servicio de mi Patria.
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