lunes, 26 de diciembre de 2011

Alcalá Zamora, Presidente de la República, condena los extremos políticos.

«El Gobierno de la República, desde el primer instante de su advenimiento, ha querido comunicar con el país, enterándole de las noticias gratas y de los hechos adversos, de los motivos de satisfacción y de aquellos que hondamente le apenan»
El día de hoy, continuación de la jornada de ayer, el Gobierno lo lamenta, y está dispuesto a reprimir y a impedir la continuación de los sucesos. En la unanimidad esencial y completa del Gobierno, que representa diversas tendencias, no hay la menor diferenciación para condenar los hechos ocurridos; hoy, igual que los creyentes, los deploran, los condenan, los ministros que en la plena libertad espiritual que caracteriza y proclama este Gobierno tienen otra representación. Los hechos ocurridos hoy no son ni privativos de régimen republicano ni desconocidos en la Historia de España. Han tenido lugar bajo otras formas de Gobierno con mayor violencia, con otra intensidad, con repetición durante varios días y con excesos en las personas y en las cosas, de que se han visto libres los sucesos que han tenido lugar en el día de hoy en Madrid»
El Gobierno, que no ha perdido ni un momento la serenidad ni el dominio de los resortes que están a su alcance, aunque procurara sorprenderle el rumbo y la preparación de los acontecimientos, queda tranquilo de haber evitado días de luto, jornadas de sangre, aun cuando conserve el sentimiento de que en su batalla para defender el orden público no pudiera llegar con toda la eficacia de sus órdenes y de sus deseos a reprimir los excesos en propiedades, que todas son sagradas y que las atacadas lo son bajo otro aspecto que afecta a las creencias de muchas personas» El Gobierno afirma su inquebrantable propósito de utilizar para ello todos los resortes y los medios que la ley le dé y que están en su mano.
Con él no ampara un interés, no sirve una tendencia; defiende a la República y salva el interés nacional de España. En la culpa de lo ocurrido hay que destacar enemigos del régimen de una y otra tendencias. Hemos asistido al choque, que a veces es coincidencia y que en ciertas ocasiones, por absurdo que parezca, puede ser hasta alianza de enemigos que procuran flanquear a la República por la derecha y por la izquierda. Ha habido la torpe provocación de elementos monárquicos, que hicieron un cálculo aproximado, aunque deficiente, de toda la impopularidad de su significación y de toda la reacción que iban a provocar; ha habido también la temeridad de elementos extremistas, que queriendo desbordar la República en otra dirección, han aprovechado la indignación explicable y legítima del pueblo republicano, de la masa de los partidos republicanos y socialistas, para derivar la indignación por otros caminos.
El Gobierno, que sabe los inconvenientes de estar flanqueado por dos fuerzas enemigas, conoce también la táctica para seguir adelante y para desbaratar los planes de una y de otra. Más que la agresión de los adversarios monárquicos y de los adversarios extremistas, lamentaría la ofuscación de los elementos sincera y honradamente republicanos, que pueden perder la serenidad manejados por los unos o por los otros. A ellos y a los socialistas, de cuya disciplina estamos seguros, se dirigen para que no sirvan ninguna maniobra tortuosa, vuelvan al trabajo, vuelvan a la normalidad y deshagan el juego de cuantos son adversarios de la República.
»En esta significación, quiere decir el Gobierno que así como fue el honor del régimen mantenido desde el primer instante, prolongado hasta el día de ayer que la República surgió, era sin un tumulto, sin la agresión al derecho de nadie, sin el ataque a la significación de ninguno, con los comercios abiertos y con todos los ciudadanos en la calle. La tristeza para ella es que ese espectáculo se perturbe, y la resolución del Gobierno de que como en régimen de democracia la calle es de todos, y para ser de todos no puede ser de los alborotadores, y en nombre del país, quien tiene que asegurar el libre disfrute de cada uno es el propio Gobierno
El Gobierno, sin obedecer a presión alguna, desenvolviendo un plan perfectamente meditado antes de su constitución, ha ido adoptando y en el día de hoy ha tomado varios acuerdos que responden al ansia legítima de la verdadera opinión republicana del país. El Gobierno comprende toda la equivocación que ha podido inducir a la masa la maniobra intencional de ayer; el Gobierno se hace cargo de todo el daño que ha podido producir también la aquiescencia a aquellos hechos tristísimos de Huesca y de Jaca, que aún sangran en la conciencia del país, y ha tomado las determinaciones legitimas que satisfagan el verdadero espíritu republicano; la libertad que, con precipitación extraña, se concedió al general Berenguer, ha sido rectificada por medidas de gobierno, ingresando en Prisiones Militares en virtud de medidas legítimas y preparándose por el señor fiscal del Tribunal Supremo el ejercicio de acciones penales que desde hace varias semanas había empezado a redactarse y documentarse con la justificación necesaria contra todos los abusos de la Dictadura, sin olvidar ninguno de ellos, ni siquiera el atropello del Ateneo ni algún otro que en recientes despachos el celo del Gobierno y de sus subordinados descubrió como indicio de falsedad y de favoritismo en la obra del Gobierno; al propio tiempo, respondiendo a la significación que tiene el sentido de justicia civil, a la aspiración del país, el Gobierno ha decretado la unificación de fueros, reduciendo la justicia militar a los límites estrictos y disolviendo el Consejo Supremo de Guerra y Marina, que sobre no responder a una buena organización jurídica, no había sabido reflejar el sentimiento de la conciencia jurídica española; pero el Gobierno todas estas medidas las ha tomado y las toma dentro del cauce de la ley. Responsabilidades, sí; ante Tribunales de excepción, no; con toda la severidad de la ley restablecida, sí, con legislación de venganza retroactiva, no.
»El Gobierno quiere salvar la República y no quiere deshonrarla ni comprometerla con arbitrariedades que lleven el sello de la venganza y la marcha de la imprevisión.


»El hombre que habla al país se da cuenta de que por azares de la fortuna le acoge hoy y le ampara una popularidad máxima que no podía soñar. Pues bien: para merecerla tiene que comprometerla sirviendo su conciencia y no las voces de la populachería. Os he dicho y os repito que responsabilidades, sí; Tribunales de excepción, no; leyes preestablecidas, sí; venganza con efecto retroactivo, no, porque eso seria deshonrar a la República. Libertad de conciencia y ejercicio de cultos como conquista de la civilización jurídica, se incorporarán a nuestro Código fundamental; pero, en nombre de ellas mismas, amparo a todo lugar donde se eleve la oración de Dios, cuidando de evitar que allí se profane con la mezcla de otros intereses, de otras ambiciones o con la torpe adhesión a instituciones caedizas o caídas.
Pero todavía, al afirmar que la tranquilidad está restablecida; al dar esa sensación a España, el hombre que sabe que goza de popularidad y no tiene inconveniente en comprometerla para dejar a salvo la conciencia, previene a la opinión española contra todos aquellos que, a título de conquista democrática o de salvaguardia de la República, piden insensatamente el desarme de la Guardia Civil, no. Yo tengo el deber de hacer justicia a la Guardia Civil y de tributarle, no el elogio del halago, pero sí discernir la recompensa que merece. La Guardia Civil, contra lo que digan los agitadores, no era instrumento de la Dictadura, sino el medio en el cual inevitablemente se reflejaban las torpezas de aquel sistema de gobierno. La Guardia Civil tiene en su haber y en su gloria haber sido instrumento adicto al régimen constitucional y dispuesto incluso el 13 de septiembre de 1923, si hubiera habido decisión en los gobernantes, a aplastar a la Dictadura en su nacimiento y haber salvado el imperio de la Constitución. La Guardia civil ha sido el primer Cuerpo del Ejército que el día 14 de abril se puso a disposición del Gobierno republicano, y al mediodía, cuatro horas antes de tomar posesión del Poder, estábamos seguros de la lealtad y del concurso de aquel instrumento. La Guardia civil fue la que abrió las puertas de Gobernación y la primera que rindió honores y presentó sus armas ante el Gobierno revolucionario que en nombre del pueblo tomó posesión de aquel edificio; la Guardia Civil, en la jornada de ayer, ha dado el ejemplo más hermoso de disciplina, de adhesión la más leal, la más probada, resistiendo el insulto, resistiendo el ataque, serena en la confianza de su valor, siempre mostrado; abnegada en el heroísmo que pasivamente obedece, dispuesta a restablecer con prudencia el imperio de la ley cuando la necesidad lo reclame.
«La Guardia Civil supo ser constitucional y ha sabido ser republicana; y yo, sea cual fuere la murmuración que contra mí dirija el odio de los agitadores, prevengo al pueblo de que la Guardia civil, leal al Gobierno, es un instrumento que sabrá defender y salvar la República de cualquier peligro que la aceche.
Y ahora, a todos. Al lado del Gobierno, respetando el derecho, volved al trabajo, dejad solos en las calles a los conspiradores monárquicos y a los agitadores que hacen su juego en extrema izquierda. La masa, apartada, tranquila, confiando en nuestra justicia; si la fuerza tiene que intervenir, que sea frente a quienes merezcan y motiven su empleo. Pocos enemigos y conocidos. Los inocentes, la masa general del país, que no se mezcle con ellos. La tranquilidad está restablecida; el Gobierno amparará el orden.
Jornadas en desprestigio de la República no se consienten. La gloria con que nació hemos de procurar que se conserve.» (El Sol, 12 de mayo de 1931.)

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