domingo, 24 de abril de 2011

Caído el Gobierno Berenguer, Sánchez Guerra intenta formar gobierno con los republicanos detenidos que rehúsan. «ABC comenta el difícil momento de la Monarquía»

De pie:
Indalecio Prieto.
Marcelino Domingo
Casares Quiroga
Fernando de los Rios
Lluís Nicolau d'Olwer
Francisco Largo Caballero
José Giral
Diego Martínez Barrio.

Sentados:
Alejandro Lerroux
Manuel Azaña
Niceto Alcalá Zamora
Julián Besteiro
Álvaro de Albornoz


El señor Alcalá Zamora redactó ayer en la cárcel la siguiente nota que, al parecer contiene el criterio de los presos políticos ante la situación actual: *.- No queremos acogernos a la socorrida fórmula de que para juzgar a un Gobierno debe aguardarse a conocer su composición y sus actos. Sin perjuicio de atender éstos y de examinar aquélla, basta el carácter con que se anuncia al ministerio constituyente para considerarlo una primera etapa o victoria de la decisiva que obtuvo y completará la revolución, tan sólo a juicio de los miopes, vencida en diciembre.



*.- La fuerza constituida por republicanos y socialista sigue inquebrantablemente unida y en marcha, sin que pueda entrar en el Gobierno trazado ni siquiera como fiscal presente.
Actuará vigilando desde fuera para el triunfo inevitable de la República y el empuje revolucionario que mantiene y perfecciona, será el punto de apoyo único que encuentre la rectitud, la independencia y la resistencia del nuevo Gobierno, que, nombrado protocolaria y oficialmente por la Corona, sólo ha sido posible por la pujanza de la República, donde aquél encuentra su verdadero origen.
*.- La situación teóricamente contradictoria e históricamente frustrada siempre de un Poder constituyente pleno, libre y sincero, coexistiendo con el resto o a la sombra siquiera de otro poder constituido, planteará dificultades y zozobras frente a las cuales viviremos en un alerta de organización y propaganda.
*.- Seguros estamos de que unas elecciones verdaderas proclamarían legalmente la República, y resueltos también a que ninguna intriga o influjo de los poderes tradicionales arrebate nuestra victoria ni mediatice el poderío y el significado que quiera ostentar el futuro Gobierno. Sin duda, su ánimo presiente, y la realidad demostrará el máximo de sus esperanzas y los límites de su cometido honroso y patriótico: suavizar la transición y salvar el orden, pero deberá ser sordo a la sugestión de ningún otro aseguramiento y a la torcedura de medios y procederes para remediar el naufragio voluntario y ya virtualmente consumado.»
(El Debate, 17 de febrero de 1931.)



Indecisiones, flaquezas, torpezas y deserciones del campo monárquico han traído esta situación que prologa la anormalidad peligrosamente y sin término previsible.
La solución de la crisis ha caído en la gran aventura constituyente, de la que hoy, con más motivos que antes, con hechos nuevos, podemos decir que se traducirá en pura pérdida: no logrará nada útil, no remediará nada, y dejará mayores dificultades.
Tal como se nos prometía, con los concursos, los atractivos y los efectos maravillosos que le imaginaban sus autores, la fórmula constituyente nos pareció siempre temeraria y azarosa.
Hemos razonado copiosamente su inconveniencia y la ventaja de anteponer a todo plan de normalización la consulta regular y plenamente garantizada del sufragio, la convocatoria constitucional, porque con ella se podía ir y se iría mejor a todas las soluciones, a las más radicales, sin tener que andar y desandar malos caminos, que es, no lo probable, sino lo seguro en la aventura constituyente.
Pero es que, además , la fórmula nace fracasada, y su fracaso no puede haber sorprendido a nadie.
Iba a ser el cauce jurídico de todas las aspiraciones, la liquidación de todas las pugnas, tregua y paz, desistimiento de las tentativas revolucionarias. ¡Nada de esto!.
El señor Sánchez Guerra fue ayer a la cárcel a buscar ministros de la Monarquía entre los que por culpas penadas en la ley se hallan allí sujetos a la acción de los Tribunales ¡oh, la sagrada independencia judicial!- y no encontró el concurso que pedía, no se le aceptaron los nombramientos de la Corona, ni el cauce jurídico ni la paz.
No hay que interpretar versiones ni referencias ambiguas.
Aquí está el texto de los revolucionarios: «El Ministerio constituyente es la primera etapa o victoria de la decisiva que obtuvo y completará la revolución. La fuerza constituida por republicanos y socialistas sigue inquebrantablemente unida y en marcha, sin que pueda entrar en el Gobierno trazado ni siquiera como fiscal presente. Actuará vigilando desde fuera para el triunfo inevitable de la República. Mantiene y perfecciona el empuje revolucionario. El nuevo Gobierno, aunque nombrado por la Corona, sólo ha sido posible por la pujanza de la República, donde aquél encuentra su origen. Su cometido único es suavizar la transición y salvar el orden.»
Es decir, que renunciarán al desorden si no lo necesitan, si se les da la revolución: pero, si no, aplicarán el empuje revolucionario que mantienen y perfeccionan, que seguirán perfeccionando, porque no es la bandera blanca lo que ha de quitarles aliento y alegría.
Lo dicen claro: si las elecciones no traen la República, no son la verdad; la batalla es inevitable.
Habrá que afrontarla, en fin, y en peores condiciones cuanto más tarde. Nosotros vimos desde el primer momento lo inevitable y lo ineludible, lo que desde el primer momento se debió afrontar con la ley; pero enérgicamente, inexorablemente.
La fórmula pacificadora no somete a los revolucionarios al acatamiento del voto nacional.
Todo lo que le dan por ahora es la expectación; quedarán a la expectativa de la República, mientras perfeccionan el empuje. ¿Y vamos a entrar en la aventura, que de todas maneras sería temeraria?
Parece que sí, que se organiza, sólo con personal de los dos últimos Gabinetes del antiguo régimen, los del 23, y sin otras colaboraciones, el Gobierno constituyente. Y que ni siquiera nos cabe la esperanza de que apresure el ensayo, pues, aun teniendo con su presencia en el Poder la garantía esencial que reclamaba para las elecciones -la garantía de hacerlas él, con sus antecedentes-, les abre un plazo lento de revisiones legislativas y reorganización de Ayuntamientos y Diputaciones... (ABC, 17 de febrero de 1931.).

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