martes, 4 de noviembre de 2008

Miguel Artola: la España contemporánea.

“El poco aprecio de las Humanidades es lo que está provocando las críticas a la educación. El problema fundamental de la calidad del uso de la lengua en la comunicación es una consecuencia del abandono frívolo de una serie de elementos fundamentales.
De la conjunción de los verbos, del subjuntivo. Eso produce un lenguaje en el que priman los infinitivos. No sé si se llega a tanto, pero hemos reducido mucho la calidad de la expresión, de la precisión, del vocabulario. Los estudiantes no tienen palabras para expresar sus ideas de una manera certera”.

“Echo de menos el contacto con los alumnos: Siempre ha sido muy estimulante explicar cosas. Además, cuando veo que encuentran interés en lo que xplico, pues mucho mejor. Es muy estimulante ver que así ha sido”
Es muy importante, el interés y las ganas de aprender… “sí, el brillo de los ojos del auditorio”.
“Una imagen vale más que mil palabras” conlleva la afirmación de que “se necesitan mil palabras para comprender una imagen”.

“El proceso revolucionario en España arranca en 1808 cuando las Juntas Provinciales construyen un poder unitario, un poder Central, que, a su vez, inicia el camino hacia la creación de la Constitución de 1812 y hacia una organización política basada en los derechos del hombre y la división de poderes”.


Fernando VII “rechazaba la modernidad, que era el constitucionalismo. Se habían producido tres grandes revoluciones.
La inglesa, que no había dado como resultado una Constitución, porque entonces no se había inventado y los revolucionarios ingleses no tenían interés en crearla. Su Parlamento fue adquiriendo progresivamente las competencias que hicieron evolucionar al régimen hacia el parlamentarismo. El rey dejó de vetar las leyes y de nombrar los ministros, para aceptar al líder mayoritario en el Parlamento.
El otro sistema político era el de los colonos británicos en América. Allí sí elaboraron un Constitución escrita e introdujeron, formalmente, de una manera muy clara, la división de poderes.
Por último la Revolución Francesa había hecho una Declaración de Derechos y había defendido la soberanía nacional.
A esas tres experiencias se añade la española, que da forma moderna a la soberanía nacional, definiendo el sujeto de la soberanía nacional como el colectivo de todos los ciudadanos, lo que hoy conocemos como Estado-Nación.
(Fue limitada porque, en primer lugar, la Constitución se hizo, pero después se disolvieron las Cortes y convocaron nuevas elecciones.
En 1814, tras dos años de Guerra en los que había sido muy difícil desarrollar la organización territorial descrita en la Constitución de Cádiz, Fernando VII abole todo lo que se ha hecho políticamente por las autoridades revolucionarias y trata de volver al pasado…”

Aunque al final triunfaron, “lo que pasa es que en la aplicación del proyecto gaditano, los liberales, tras la experiencia de Cádiz y la del Trienio, cuando recuperan el poder se encuentran una guerra dinástica que también encierra un conflicto político con los países que eran o habían sido forales.
Estos apoyaron la causa de Don Carlos, ya sea porque era el poder legítimo o porque servía a sus intereses para mantener los fueros. Esa fue una guerra de siete años.
Luego se impuso una interpretación menos radical del programa unitario diseñado por los liberales en Cádiz y después por moderados en los primeros años de Isabel II.
Es decir, la concepción del Estado anterior a éste de las Autonomías es una construcción que se hace por un conglomerado de fuerzas, de inspiración ilustrada o liberal, que opera en los años de Isabel II.

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