miércoles, 19 de noviembre de 2008

Manifiesto de los 2300 (Barcelona, 25 de enero de 1981)


Manifiesto de los 2300
Barcelona, 25 de enero de 1981

Los abajo firmantes, intelectuales y profesionales que viven y trabajan en Cataluña, conscientes de nuestra responsabilidad social, queremos hacer saber a la opinión pública las razones de nuestra profunda preocupación por la situación cultural y lingüística de Cataluña.

Llamamos a todos los ciudadanos demócratas para que suscriban, apoyen o difundan este manifiesto, que no busca otro fin que restaurar un ambiente de libertad, tolerancia y respeto entre todos los ciudadanos de Cataluña, contrarrestando la tendencia actual hacia la intransigencia y el enfrentamiento entre comunidades, lo que puede provocar, de no corregirse, un proceso irreversible en el que la democracia y la paz social se vean gravemente amenazadas.
No nace nuestra preocupación de posiciones o prejuicios anticatalanes, sino del profundo conocimiento de hechos que vienen sucediéndose desde hace unos años, en que derechos tales como los referentes al uso público y oficial del castellano, a recibir la enseñanza en la lengua materna o a no ser discriminado por razones de lengua (derechos reconocidos por el espíritu y la letra de la Constitución y el Estatuto de Autonomía), están siendo despreciados, no sólo por personas o grupos particulares, sino por los mismos poderes públicos sin que el Gobierno central o los partidos políticos parezcan dar importancia a este hecho gravísimamente antidemocrático, por provenir precisamente de instituciones que no tienen otra razón de ser que la de salvaguardar los derechos de los ciudadanos.
No hay, en efecto, ninguna razón democrática que justifique el manifiesto propósito de convertir el catalán en la única lengua oficial de Cataluña, tal como lo muestran, por ejemplo, los siguientes hechos: presentación de comunicados y documentos de la Generalidad exclusivamente en catalán; uso casi exclusivo del catalán en reuniones oficiales, con desprecio público del uso del castellano, como ha ocurrido en el mismo Parlamento Catalán, en el que un parlamentario abandona ostensiblemente airado la sala en cuanto alguien hablaba en castellano; nuevas rotulaciones públicas exclusivamente en catalán; declaraciones de organismos oficiales y de responsables de cargos públicos que tienden a crear confusión y malestar entre la población castellanohablante, como las recientes del Colegio de Doctores y Licenciados de Cataluña y otras emanadas de responsables de las Consejerías de Cultura y Educación de la Generalidad; proyectos de leyes, como el de «normalización del uso del catalán», tendentes a consagrar la oficialidad exclusiva del catalán a corto o medio plazo, etc.
Partiendo de una lectura abusiva y parcial del artículo 3 del Estatuto, que habla del catalán como «lengua propia de Cataluña» –afirmación de carácter general y no jurídico–, se quiere invalidar el principio jurídico que el mismo articulado define a renglón seguido al afirmar que el castellano es también lengua oficial de Cataluña. No podemos aceptar su desaparición de la esfera oficial, sencillamente porque la mitad de la población de Cataluña tiene como lengua propia el castellano y se sentiría injustamente discriminada si las instituciones no reconocieran –de hecho– la oficialidad de su lengua. El principio de cooficialidad, pensamos, es jurídicamente muy claro y no supone ninguna lesión del derecho a la oficialidad del catalán, derecho que todos nosotros defendemos hoy igual que hemos defendido en otro tiempo, y acaso con más voluntad que muchos de los personajes públicos que ahora alardean de catalanistas.
No nos preocupa menos contemplar la situación cultural de Cataluña, abocada cada día más al empobrecimiento, de continuarse aplicando la política actual tendente a proteger casi exclusivamente las manifestaciones culturales hechas en catalán, como lo mostraría una relación de las ayudas económicas otorgadas a instituciones oficiales o particulares, grupos de teatro, revistas, organización de actos públicos, jornadas, conferencias, &c. La cultura en castellano empieza a carecer de medios económicos e institucionales no ya para desarrollarse, sino para sobrevivir. Esta marginación cultural se agrava si pensamos que la mayoría de la población castellanohablante está concentrada en zonas urbanísticamente degradadas, donde no existen las más mínimas condiciones sociales, materiales e institucionales que posibiliten el desarrollo de su cultura.
Resulta en este sentido sorprendente la idea, de claras connotaciones racistas, que altos cargos de la Generalidad repiten últimamente para justificar el intento de sustitución del castellano por el catalán como lengua escolar de los hijos de los emigrantes. Se dice sin reparo que esto no supone ningún atropello, porque los emigrantes «no tienen cultura» y ganan mucho sus hijos pudiendo acceder a alguna. Sólo una malévola ignorancia puede desconocer que todos los grupos emigrantes de Cataluña proceden de solares históricos cuya tradición cultural en nada, ciertamente, tiene que envidiar a la tradición cultural catalana, si más no, porque durante muchos siglos han caminado juntas construyendo un patrimonio cultural e histórico común.
Que una desgraciada situación económica y social obligue a ciento de miles de familias a dejar su tierra, es ya lo bastante grave como para que, además, quiera acentuarse su despojo con la pérdida de su identidad cultural. Cuando esta situación se da, cumple a la sociedad el remediar en los hijos la injusticia cometida con sus padres. Nadie, sea cual sea su origen, nace culto, pero todos nacen con el inalienable derecho a heredar y acrecentar la cultura que sus padres tuvieron o debieron tener. Nadie nace con una lengua, pero todos tienen derecho a acceder a la cultura mediante ese vínculo afectivo que une al niño con sus padres y que, además, comporta toda una visión del mundo: su lengua. Que este principio pedagógico elemental tenga que ser hoy reivindicado en Cataluña prueba nuevamente la gravedad de la situación.
Resulta, por tanto, insostenible la torpe maniobra de pretender que esa inmensa mayoría de emigrantes, que comparte la lengua castellana, no forma una comunidad lingüística y cultural, sino que sólo posee retazos de culturas diversas reducidas a folklore. Que digan esto los mismos y razonables defensores de la unidad idiomática de Cataluña, Valencia y Baleares –unidad si acaso, menor que la de las diversas hablas del castellano– resultaría risible si la intención no fuera disgregar esa conciencia cultural común. ¿Habrá que recordar que pertenecemos a una comunidad lingüística y cultural de cientos de millones de personas y que la lengua de Cervantes, en la actualidad, no es ya el viejo romance castellano, sino el fruto de aportaciones de todos los pueblos hispánicos? ¿En virtud de qué principio puede negarse a los hijos de los emigrantes de cualquier lugar de España el acceso directo a esa lengua y a ese patrimonio cultural? ¿Acaso en nombre del mismo despotismo que pretendió borrar de esta misma tierra una lengua y una cultura milenarias? La historia prueba que esto fracasa.
No parece, por tanto, que la integración que se busca pretenda otra cosa que la sustitución de una lengua por otra, sustitución que ha de realizarse «de grado o por fuerza», como se empieza a decir, mediante la persuasión, la coacción o la imposición según los casos, procurando, eso sí, que el proceso sea «voluntariamente aceptado» por la mayoría. Se dice que la coexistencia de dos lenguas en un mismo territorio es imposible y que, por tanto, una debe imponerse a la otra; principio éste no sólo contrario a la experiencia cotidiana de la mayoría de los ciudadanos de Cataluña –que aceptan de forma espontánea la coexistencia de las dos lenguas–, sino que, de ser cierto, legitimaría el genocidio cultural de cerca de tres millones de personas.
Se suele presentar en contra de las afirmaciones dichas hasta aquí, el hecho conocido de que gran parte de los medios de comunicación (cine, televisión, prensa), siguen expresándose en castellano, por lo que esta lengua no corre ningún peligro. No creemos que pueda ser negativo el que existan medios de comunicación que se expresen en castellano; si acaso, sería deseable que su castellano fuera mejor y que no informaran tan poco y tan mal sobre la comunidad de lengua castellana y sus problemas. Lo único negativo sería que no se crearan otros tantos medios, o más, de expresión en catalán.
Por otra parte, de esta falta de medios de comunicación en catalán no son responsables los castellanohablantes. Póngase remedio a esta situación en sentido positivo, construyendo y desarrollando la lengua y cultura catalanas, y no intentando empobrecer y desprestigiar la lengua castellana. Se evidencia cierta falta de honestidad para afrontar las verdaderas causas lingüísticas, culturales y políticas que puedan impedir el desarrollo de la cultura catalana en este intento de culpabilizar a los castellanohablantes de la situación por la que atraviesa la lengua catalana. Hay, por ejemplo, razones comerciales evidentes a las que nunca se alude y cuya responsabilidad no recae precisamente en los no catalanes.
No podemos pasar por alto en este análisis la situación de la enseñanza y los enseñantes. El ambiente de malestar creado por los decretos de traspasos de funcionarios ha puesto de manifiesto una problemática a la que ni el Gobierno central ni el Gobierno de la Generalidad quieren dar una respuesta seria y responsable. No se quiere reconocer la existencia de dos lenguas en igualdad de derechos y que, por tanto, la enseñanza ha de organizarse respetando esta realidad social bilingüe, mediante la aplicación estricta del derecho inalienable a recibir la enseñanza en la propia lengua materna en todos los niveles. El derecho a recibir la enseñanza en la lengua materna castellana ya empieza hoy a no ser respetado y a ser públicamente contestado, como si no fuera este derecho el mismo que se ha esgrimido durante años para pedir, con toda justicia, una enseñanza en catalán para los catalanoparlantes.
De llevarse adelante el proyecto de implantar progresivamente la enseñanza sólo en catalán –no del catalán, que indudablemente sí defendemos–, los hijos de los emigrantes se verán gravemente discriminados y en desigualdad de oportunidades con relación a los catalanoparlantes. Esto supondrá, además, y como siempre se ha dicho, un «trauma» cuya consecuencia más inmediata es la pérdida de la fluidez verbal y una menor capacidad de abstracción y comprensión.
Se intenta defender la enseñanza exclusivamente en catalán con el argumento falaz de que, en caso de que se respetara también la enseñanza en castellano, se fomentaría la existencia de dos comunidades enfrentadas. Falaz es el argumento porque el proyecto de una enseñanza sólo en catalán puede ser acusado –y con mayor razón– de provocar esos enfrentamientos que se dice querer evitar. Se quiere ignorar, por otra parte, que actualmente ya existe esa doble enseñanza en castellano y catalán, para demostrar lo cual bastaría hacer una estadística de los colegios en los que se dan clases exclusivamente en catalán y aquéllos en los que se sigue dando en castellano. Mayor causa de enfrentamientos será, indudablemente, que se respeten los derechos lingüísticos de unos y no los de otros.
Tampoco podrán achacarse a la coexistencia de las dos lenguas los posibles conflictos nacidos de las diferencias sociales que coinciden en gran parte con las existentes entre catalano y castellanohablantes. Desde esta perspectiva no cabe duda de que la lengua se ha convertido en un excelente instrumento para desviar legítimas reivindicaciones sociales que la burguesía catalana no quiere o no puede satisfacer, aunque la deuda que la sociedad catalana tiene para con la emigración sea inmensa y en justicia merezca mucho mejor trato. Sin embargo, en este momento de crisis el conocimiento del catalán puede ser utilizado –y ya lo está siendo–, como arma discriminatoria y como forma de orientar el paro hacia otras zonas de España. En efecto, el ambiente de presiones y de malestar creado ha originado ya una fuga considerable no sólo de enseñantes e intelectuales, sino también de trabajadores.
No es menos criticable el acoso propagandístico creado en torno a la necesidad de hablar catalán si se quiere «ser catalán» o simplemente vivir en Cataluña. Se ha pretendido con esta propaganda identificar a la clase obrera con la causa nacionalista, y aunque se ha fracasado en este empeño, la mayoría de los trabajadores se están viendo obligados a aceptar que las expectativas, no ya de promoción social, sino simplemente de que sus hijos prosperen, no pueden pasar por serlo. Se llega así a la degradante situación de avergonzarse de su origen o su lengua ante los propios hijos, a cambiarles el nombre, &c. Esta humillante situación constituye una afrenta a la dignidad humana y es hora ya de denunciarla públicamente.
Mientras no se reconozca políticamente la realidad social, cultural y lingüísticamente plural de Cataluña y no se legisle pensando en respetar escrupulosamente esta diversidad, difícilmente se podrá intentar la construcción de ninguna identidad colectiva. Cataluña, como España, ha de reconocer su diversidad si quiere organizar democráticamente la convivencia. Es preciso defender una concepción pluralista y democrática, no totalitaria, de la sociedad catalana, sobre la base de la libertad y el respeto mutuo y en la que se pueda ser catalán, vivir enraizado y amar a Cataluña, hablando castellano. Sólo así podrá empezarse a pensar en una Cataluña nueva, una Cataluña que no se vuelque egoísta e insolidariamente hacia sí misma, sino que una su esfuerzo al del resto de los pueblos de España para construir un nuevo Estado democrático que respete todas las diferencias. No queremos otra cosa, en definitiva, para Cataluña y para España, que un proyecto social democrático, común y solidario.
Barcelona, 25 de enero de 1981
Firman: Amando de Miguel, Carlos Sahagún, Federico Jiménez Losantos, Carlos Reinoso, Pedro Penalva, Esteban Pinilla de las Heras, José María Vizcay, Jesús Vicente, Santiago Trancón, Alberto Cardín y 2.300 firmas más.

Aunque (6 de mayo 2003)

Aunque
6 de mayo de 2003
Aunque los europeos ejercen el derecho constitucional de votar con saludable rutina democrática pocos imaginan que en un rincón de Europa el miedo y la vergüenza oprimen a los ciudadanos.
Aunque la memoria del Holocausto sea honrada en Europa por el deseo de rehabilitar a las víctimas de la barbarie e impedir que el horror vuelva a cometerse, pocos europeos saben que hoy mismo en el País Vasco ciudadanos libres son injuriados y asesinados.
Aunque parezca mentira, hoy los candidatos de los ciudadanos libres del País Vasco están condenados a muerte por los mercenarios de ETA y condenados a la humillación por sus cómplices nacionalistas.
Aunque ciudadanos del País Vasco sean asesinados por sus ideas, y miles hayan sido mutilados o trastornados, los atentados se realizan y celebran en una penosa atmósfera de impunidad moral propiciada por las instituciones nacionalistas y por la jerarquía católica vasca.
Aunque los partidos nacionalistas aprovechan las garantías constitucionales de la democracia española, ciudadanos libres del País Vasco deben esconderse, disimular sus costumbres, omitir la dirección de su domicilio, pedir la protección de escoltas y temer constantemente por su vida y la de sus familiares.
Aunque sea frecuente la tentación de ignorar lo que sucede, pedimos a los ciudadanos europeos que el próximo 25 de mayo (día de las elecciones municipales en España) declaren el estado de indignación general: en memoria de las víctimas que en el País Vasco mueren por la libertad, en honor de los que hoy mismo la defienden con el coraje que en un día no muy lejano conmoverá a Europa.
Fernando Arrabal, Alfredo Bryce Echenique, Michael Burleigh, Paolo Flores d'Arcais, Carlos Fuentes, Nadine Gordimer, Juan Goytisolo, Carlos Monsiváis, Bernard-Henri Lévy, Paul Preston, Mario Vargas Llosa y Gianni Vattimo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Problemas y crisis de la Restauración

La crisis de 1898 destapó los grandes problemas de España a través de un estado de opinión regeneracionista y puso a prueba el sistema político de la Restauración que, en los acontecimientos de 1909 y 1917, mostró la evidencia de su descomposición. A pesar de ello, en los primeros años del siglo XX siguió todavía vigente este sistema político pero los dos grandes líderes que regían los partidos, Cánovas y Sagasta, desaparecen a los pocos meses de iniciarse el reinado de Alfonso XIII. En cada uno de los partidos entran nuevos líderes y se inicia la lucha por la jefatura. Ahora toma en mando del partido Conservador Antonio Maura y del partido Liberal, José Canalejas.

En 1923, el rey Alfonso XIII acepta el golpe militar y la Dictadura de Miguel Primo de Rivera como solución de fuerza ante la crisis. En 1930, después del fracaso de Primo de Rivera, Alfonso XIII intentó restaurar el orden constitucional, pero las elecciones municipales del 13 de abril de 1931 dieron el triunfo en la mayoría de las ciudades a socialistas y republicanos. Fue entonces, cuando el monarca, para evitar una lucha civil abandonó el país, proclamándose la II República el 14 de abril de 1931.

Alfonso XIII pasó sus últimos años en Roma, donde murió y fue enterrado en 1941. Posteriormente, en 1980, sus restos fueron trasladados al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial donde reposan en la actualidad.

Problemas de España:
Los nacionalismos.

La cuestión religiosa, mientras la Constitución definía un Estado confesional católico, los intelectuales y los obreros consideraban que era excesivo el peso de la religión y de la Iglesia católica en la sociedad y en la política española.
Los problemas de obreros y campesinos se incrementan y agudizan, provocando problemas sociales diversos y protestas que serán canalizadas a través del anarquismo y socialismo.
La guerra de Marruecos se convirtió en una sangría de hombres y dinero para España y provocó la inquietud en el ejército y el malestar e impopularidad general en la sociedad.

Problemas de España - Nacionalismos
*.- Galicia: se crearon las “Irmandades da fala”, que se federaron en 1918, bajo el liderazgo de su teórico más brillante, Vicente Risco.
*.- En el País Vasco se formó el Partido Nacionalista Vasco (PNV) bajo las ideas de Sabino Arana.
*.- En Cataluña, ya desde 1892 (Bases de Manresa) y 1897 (Manifiesto de la Unió Catalana) las exigencias de autogobierno y la defensa del catalán serán continuas.
Estas exigencia se agudizan en los primeros años del reinado de Alfonso XIII (1905-1907), durante el gobierno del partido Liberal cuando las elecciones municipales dieron el triunfo a la Lliga. La Revista satírica Cu-Cut y el periódico La Veu de Catalunya iniciaran una campaña nacionalista independentista, atacando la unidad territorial de España, al Rey y al Ejército. La reacción de la guarnición militar de Barcelona fue contundente, causando destrozos en los locales de ambas publicaciones.
Se suspendieron las garantías constitucionales y se pidió que los hechos fueran juzgados por los tribunales militares, la Ley de Jurisdicciones (marzo de 1906), estableció que a los delitos de injuria y calumnia al Ejército sería aplicado el Código de Justicia Militar.

En diciembre de 1922, unos políticos jóvenes procedentes del maurismo y de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas funda el partido Social Popular. Su programa estaba inspirado en el partido social italiano.

Problemas sociales
Después de la I Guerra Mundial España vivió una crisis económica que provocó el aumento de la conflictividad social y un fuerte desarrollo del movimiento obrero.
El anarquismo, en sus distintas vertientes, arraigó con más fuerza e intensidad. Solidaridad Obrera fue el núcleo de la creación, en 1910, de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada por 114 sociedades obreras de toda España cuya actividad estuvo marcada por los intentos de los anarquistas partidarios de la lucha armada.
Los conflictos laborales fueron creciendo en extensión tanto en el campo como en la industria sobre todo entre 1917 y 1920, período que la derecha denominaría trienio bolchevique. La burguesía respondió con dureza, creando grupos armados que actuaban contra los líderes sindicales.
En el campo socialista la Unión General de Trabajadores (UGT) también amplió su presencia, especialmente en la región andaluza.
Dentro del Partido Socialista de España (PSOE) el debate sobre la Revolución Rusa y la creación de la III Internacional (Internacional Comunista) provocó, en 1921, la escisión del partido, naciendo así el Partido Comunista de España (PCE).

Guerra de Marruecos
A finales del siglo XIX la presencia francesa y la amenaza de participación de Alemania llevaron a España a las campañas de Marruecos con el fin de evitar el dominio de estos países en el Mediterráneo.
Con una opinión pública mayoritaria en contra, España se embarcó en esta aventura no sólo para renovar su prestigio frente a Europa sino también para dar respuesta a los intereses económicos, incentivos poderosos para la oligarquía financiera de la Restauración.
Desde 1904 la penetración española en Marruecos fue pacífica, basada en pactos con las cabilas. Esta política fracasó en 1909, iniciándose la Guerra de Melilla. El desastre de Annual (1921) fue el resultado trágico de un esfuerzo por establecer un protectorado, provocando efectos negativos en la economía, la sociedad y la política.
Las consecuencias de Annual fueron dilatadas y profundas: En el mismo mes de agosto de 1921 se abrió un Expediente Gubernativo sobre las responsabilidades de los mandos militares y el propio Rey en la derrota. Aunque el expediente no aclaró demasiado el asunto, parece que la acción de Fernández Silvestre en Alhucemas contó con la aquiescencia del Gobierno y con el asentimiento del general Dámaso Berenguer.
El descrédito de las Juntas Militares de Defensa, hizo que desparecieran en 1922.

Regeneracionistas
El regeneracionismo es un término que encuadra tendencias diversas y dio lugar a un estado de opinión después del “Desastre” del 98. El principal teorizador de esa corriente fue Costa, y en ella entraron muchos de los intelectuales de la época, como Ortega, Azaña o Maeztu, aunque con evoluciones diversas. Sobre España y sus problemas, los regeneracionistas coincidían en tres puntos característicos: condena del pasado español, identificación de “Europa” como bálsamo a las heridas del país, y hostilidad extrema a la Restauración y su ideología liberal: “España es el problema, y Europa la solución”.

La historia española constituía un proceso que desembocaba en “una nación frustrada”. Así, Costa preconizaba que era necesario “fundar España otra vez, como si no hubiera existido”. Las consideradas hazañas y glorias hispanas, como el descubrimiento, conquistas y colonización de América, la evangelización, la Reforma católica, etc., eran miradas con desprecio, con burla o simplemente ignoradas. Para ellos, España había sido el país de la Inquisición, de los genocidios, de la miseria, el oscurantismo y la superstición, y esas supuestas glorias deberían más bien avergonzarnos.

De España no podía esperarse nada mientras que “Europa” aparecía como una realidad que gozaba de un orden social, de riqueza y de una expansión popular de la cultura. En ella veían una “normalidad” que a España faltaba desde siglos atrás, si es que alguna vez había disfrutado de ella.

Con respecto al tercer punto, los regeneracionistas rechazaban la Restauración que resumían en dos rasgos negativos: oligarquía y caciquismo. El país estaba dirigido por una “minoría absoluta, que atiende exclusivamente a su interés personal, sacrificándole el bien de la comunidad”; el pueblo había perdido la voluntad y carecía de “ciudadanos conscientes” y, por tanto, necesitaba un “cirujano de hierro”, un dictador altruista que le sacase del marasmo.
Alfonso XIII: la crisis de la Restauración.

Acontecimientos de 1909 y 1917
Durante 1909 y 1917 se produjeron dos crisis importantes con serios desórdenes, incendios y muertes.
1909.- Barcelona.- Semana Trágica: ocasionada por el llamamiento a filas de los reservistas para la guerra marroquí. A los desórdenes violentos que se produjeron cerca del puerto, provocados por las fuerzas reservistas, se unieron los obreros inquietos por la crisis económica.
Un comité formado por anarquistas y socialistas convocó una huelga general. La huelga de los trabajadores del transporte (tranvías) paralizó la ciudad y los obreros consiguieron aislar Barcelona, controlando con barricadas muchos sectores urbanos. El antagonismo se extendió contra la Iglesia, siendo incendiados varias docenas de conventos pertenecientes a órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza.
La represión culminó con la condena a muerte del anarquista Ferrer Guardia, acusado de promover los desórdenes. Todos estos acontecimientos obligaron a Maura a presentar su dimisión.

En la crisis de 1917.
En ella se produce la convergencia de tres problemas:
El problema militar, motivado por el malestar por la interminable guerra marroquí y los reveses sufridos por el ejército, la política de ascensos y los bajos salarios.
Cuando se exigió pruebas de aptitud a los oficiales, éstos se organizaron en una especie de “sindicatos” (Juntas de Defensa), consiguiendo imponer condiciones al gobierno y derribarlo.
El problema político: el asesinato de Canalejas y la división de los partidos dinásticos que se turnan en el poder.
La iniciativa de Cambó y los catalanistas de formar una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona no tuvo éxito ya que fue disuelta por el gobernador civil de la ciudad, aumentando las tensiones entre los políticos.
El problema social se materializa en una huelga general en el mes de agosto. En esta ocasión, los militares respaldaron al gobierno y como resultado la huelga fracasó y los miembros del comité obrero fueron encarcelados. Pero el gobierno quedó tan debilitado que afectó al sistema de la Restauración que se disuelve después de formar un gobierno de concentración en el que participaron ministros conservadores y liberales.


Partidos
Fueron delimitándose paulatinamente los a la monarquía restaurada:
*.- Las crisis de los partidos dinásticos se evidenció en 1903 con:
*.- Las tensiones internas del Partido Conservador:
El Presidente del Gobierno, Silvela (diciembre de 1902-julio de 1903), tuvo que dimitir por las divisiones internas en su partido.
Antonio Maura, nuevo presidente del Gobierno y de su partido (noviembre de 1903) fracasó en sus intentos de “revolución desde arriba”y en sus proyectos de reforma de la Administración pública.
*.- La fragmentación sufrida por el Partido Liberal-Fusionista (tras la muerte de Sagasta, a comienzos de ese año).
Su desaparición rompió el vinculo que había mantenido unidas a las distintas corrientes del partido.
La pugna por la Jefatura del partido liberal se resolvió en 1903 (Montero Ríos obtuvo 210 votos, Segismundo Moret 194 y Vega de Armijo 1). El equilibrio de apoyos de los dos primeros hizo, que de hecho, el partido quedase roto.

Crisis del 98 y Regeneracionismo

La Crisis de 1898 y el regeneracionismo.
La crisis del 98 con frecuencia se ha presentado como una catástrofe nacional, identificando los errores de los gobernantes españoles con el fracaso histórico de un pueblo (cuando esta crisis se produce, la realidad histórica nos muestra a una nación activa en la defensa de sus intereses).
Resulta tópico sostener que España agonizaba en 1898, lo que se evidenció a finales del siglo XIX es que el sistema de la Restauración estaba en su fase terminal. En la falsedad, arbitrariedad e inconsistencia del sistema político instaurado en 1875, y en su agotamiento, se encuentran las verdaderas causas de la crisis.

*.- Un aislamiento internacional de España en una época de expansión imperialista, agravado con la pérdida de Cuba y Filipinas[1].

*.- El relevo biológico de los líderes políticos que habían sustentando el equilibrio del sistema de la Restauración produjo disensiones internas en el seno de los partidos dinásticos ante la falta de un liderazgo claro en los mismos.

*.- La escasa participación del país en la vida política y el progresivo alejamiento de los políticos respecto a la propia realidad de España.
No quedaba imperio colonial, los mercados y las fuentes de beneficios fáciles habían desaparecido. La industrialización progresivamente se imponía y las inversiones de capital extranjero se incrementaban. Crecían los sectores asalariados y progresaban paulatinamente sus estructuras organizativas. Crecía la población urbana y se despoblaba el campo. Todo contradecía el mantenimiento de un orden fundamentado en las viejas estructuras agrarias y en unas relaciones de poder basadas en la oligarquía y en el caciquismo de base rural.

*.- La evidencia de una profunda crisis económica cuyas notas más destacadas fueron la inflación, la depreciación de la moneda y la reducción del comercio exterior.

*.- La creciente inestabilidad política y social y el terrorismo.

*.- Crecía el desprestigio del fenómeno restaurador, a pesar de los ensayos realizados para renovarlo. El sistema se mostró cada vez más incapaz de integrar en su seno a las nuevas fuerzas políticas, sociales y sindicales emergentes (regeneracionistas, republicanos, socialistas, nacionalistas y movimiento obrero).

*.- Se extendía cada vez más la opinión de que era necesaria la búsqueda de un nuevo sistema político que, a través de una reforma constitucional, posibilitase la participación de las fuerzas políticas, sociales y económicas que habían quedado excluidas del sistema de la Restauración estas y que diera cabida a la autonomía local y regional suscitadas por el catalanismo y los demás movimientos de signo regionalista o nacionalista.

La salida de la crisis planteó además, para muchos, la exigencia de una profunda reflexión sobre España, su identidad, su pasado y su futuro y el planteamiento de reformas urgentes que sacaran a la nación de la situación en la que se encontraba, sanearan el país, educaran al pueblo y democratizaran el Estado.

Surgieron movimientos coincidentes en la conveniencia de procurar un "rearme moral" del país mediante la crítica del sistema político vigente, de sus prácticas caciquiles y de las estructuras socioeconómicas que en las que se sustentaban (incluso cuestionando la propia institución monárquica y la el problema religioso).
Algunos de estos movimientos adquirieron también matices antimilitaristas y separatistas (especialmente en Cataluña y el País Vasco) y revolucionarios en lo referente a la cuestión social.
Especialmente el Regeneracionismo denunció el desajuste existente entre la Constitución formal y la realidad del país, entre la España real y la España oficial. El Regeneracionismo y la generación del 98 fueron aglutinantes de las diversas tendencias.

El proyecto político de Maura planteó la necesaria revolución impuesta desde arriba (antes de que ésta pudiera llegar surgida e impuesta desde abajo) desde el convencimiento de que un Gobierno sólo podría subsistir si era consentido por los gobernados.
Para ello propuso una limitada descentralización, el establecimiento de unas elecciones sinceras (el caciquismo era cada vez más inviable en las ciudades) buscando contar con el apoyo de la burguesía urbana y de los pequeños propietarios rurales y promover la movilización de la "masa neutra" del país.
El bloque de izquierdas consideró moderado el proyecto maurista, para los catalanes era insuficiente la autonomía que ofrecía. Los problemas surgidos en el ejército, la guerra de Marruecos, la represión del "terrorismo" y la Semana Trágica de Barcelona (1909) pusieron fin a los proyectos de renovación desde el maurismo.

[1] Tras la pérdida de sus posesiones americanas con le desastre 1898, la actuación exterior española se orientó hacia el norte de África en un momento en que las grandes potencias Imperialistas se estaban repartiendo el continente africano. España empezó con una tímida política exterior con el objetivo de Marruecos.
A partir de 1906 España inició su penetración en el norte de África. La conferencia de Algeciras de 1906 y el posterior tratado hispano-francés supusieron la entrada de España en el reparto de África. A España se le concedió una franja en el norte, el Rift y un enclave en la zona atlántica: Ifni y Río de Oro.
Los intereses españoles en la zona eran varios:
• Estratégicos: se trataba de evitar que las potencias occidentales, especialmente Francia y Alemania decidieran exclusivamente el destino de Marruecos.
• Económicos, resultaba importante explotar los recursos mineros de las montañas del RIF y parecía rentable la posibilidad de realizar grandes inversiones de capital en la construcción de ferrocarriles y otras obras públicas.
• Política de prestigio: la expansión de Marruecos podría ayudar a la recuperación del prestigio perdido a la vez que posibilitaba la realización de los ideales “africanistas” de aquellos que consideraban a África como una ocasión histórica perdida.
El dominio de España en su protectorado no fue nada fácil ni económicamente muy rentable. La ocupación militar del protectorado español en Marruecos estaba resultando una operación difícil y costosa porque el ejército español estaba mal preparado y carecía de recursos. Además, las características del RIF no ayudaban puesto que era una zona muy montañosa mal comunicada y ocupada por distintas tribus.

La crisis del sistema de Restauración

Regeneracionismo:
Francisco Silvela, Joaquín Costa, Ángel Ganivet, el cardenal Cascajares, escritores de la Generación del 98 interesados en llevar a cabo una labor de cambio y modernización de España.
La pérdida de Cuba y Filipinas no hundió el sistema político de la Restauración pero si lo hizo tambalearse y mostró la necesidad de regenerar el sistema para que pudiera subsistir.
El sistema siguió basándose en la Constitución de 1876, el bipartidismo y la farsa electoral.
La derrota en Cuba no fue asumida por nadie. La población y el ejército culparon a los políticos por no haber sabido dar solución a los problemas que planteaba la isla. La derrota colonial marcó mucho a los intelectuales del país, que haciendo una reflexión profunda, se plantearon y criticaron el papel de España en la Europa industrializada; pero tampoco ellos aportaron soluciones.
Los partidos no tuvieron un programa político con el cual convencer a la sociedad.

El Regeneracionismo cuestionó los valores del sistema:
Costa denunció la incultura y el sistema de fraude electoral. Propuso incentivar la educación y modernizar las estructuras para lograr el progreso de España.
Era necesario “un cirujano de hierro” que supiera cortar los males arraigados en el país y conducir a la nación hacia el progreso.

Después de 1898, el Gobierno intentó regenerar el sistema pero sin cambiar la estructura política:
La falta de líderes carismáticos tras la muerte de Cánovas y Sagasta (1903) ocasionó una gran debilidad política.
Esta inestabilidad se intensifica con Alfonso XIII en el trono, a diferencia de Alfonso XII y María Cristina, intervino en la política más de lo que la Constitución de 1876 le permitía.
En el partido conservador se encontraban Francisco Silvela y Antonio Maura y en el liberal Eugenio Matinez Rix, Segismundo Moret y José Canalejas.

Después de 1898, a partir de 1906 España inició su penetración en el norte de África.
La conferencia de Algeciras de 1906 y el posterior tratado hispano-francés (1912) posibilitaron la entrada de España en el reparto de África. A España se le concedió una franja en el norte, el Riff y un enclave en la zona atlántica: Ifni y Río de Oro.
Los intereses en la zona eran diversos:
• Estratégicos: evitar que Francia y Alemania decidieran exclusivamente el destino de Marruecos.
• Económicos: explotación de recursos mineros de las montañas del RIF y hacer posible la inversión de capital español en ferrocarriles y obras públicas.
• La expansión en Marruecos podría ayudar a recuperar el prestigio internacional.

La división de Marruecos en dos protectorados: uno al sur, de mayor extensión y riqueza adjudicado a Francia; el otro al norte, en las montañas del RIF, más pobre y reducido, adjudicado a España.
El control del protectorado no fue fácil ni rentable, una operación difícil y costosa ya que el ejército español estaba mal preparado y carecía de recursos. El Rif era una zona muy montañosa mal comunicada y ocupada por distintas tribus.
En 1920, la ofensiva del ejército español para controlar la sublevación de Abd–el– Krim acabó con el desastre de Annual en 1921. La derrota incrementó el malestar en la opinión pública española y acentuó su descontento hacia el sistema, los políticos, militares y el Rey.

El Ejército necesitaba de una profunda reforma que los hiciera más eficaz y operativo.
Ante los problemas internos (ascensos rápidos por méritos de guerra) y los externos (ataques a su prestigio), se crearon las Juntas de Defensa como órgano de presión. Comenzaba a resquebrajarse la armonía conseguida por Cánovas y Alfonso XII entre el poder civil y el militar.

El movimiento obrero presentó un problema permanente, que fue extremando sus actitudes hasta desembocar en la huelga general de 1917.

Tiene su principal exponente en el catalanismo. El regionalismo catalán aceptaba la monarquía y la unidad de España pero pedía una reforma constitucional profunda que permitiera la autonomía catalana.

Con el fin de adecuar la Constitución de 1876 a la nueva realidad social y política de España era necesario reformarla profundamente. Se tenía que eliminar de ella todo lo que de falso y anacrónico había en su funcionamiento real (caciquismo y falsa electoral), e introducir modificaciones capaces de integrar en el sistema a otras fuerzas políticas como los regionalistas y los republicanos. El intento más serio se haría en 1917, pero fracasó.

El partido liberal, sin programa político que le diferenciara del conservador e inducido por las fuertes medidas anticlericales de Francia, tomó el anticlericalismo como bandera política. Se sucedieron hechos lamentables como agresiones a obispos, sacerdotes y edificios religiosos; la polémica estuvo centrada en torno a la enseñanza de la religión en institutos de enseñanza media y en escuelas primarias, y en la capacidad de las congregaciones religiosas para ejercer o no la docencia.

Al comienzo del reinado, los intentos de regeneración y modernización del gobierno de Francisco Silvela se ven abortados por la incompatibilidad de sus ministros: el General Polavieja, ministro de la guerra y partidario de grandes reformas; y el ministro de hacienda, Fernando Villaverde, partidario de introducir las más severas economías en los presupuestos generales del Estado. El programa de Polavieja fue imposible de realizar por lo que presentó su dimisión y defraudado Silvela, se retiró.

En 1907 Antonio Maura volvía por segunda vez al poder e inicia un decidido programa de renovación interna. Gobernó dos veces: de 1903 a 1904 y de 1907 a 1909 pero su influencia llena todo el período. Intentó la reforma del sistema canovista tratando de lograr que la democracia fuese una realidad y no una apariencia. Afrontó los dos problemas fundamentales del Estado: la práctica inmoral del caciquismo y el regionalismo; para ello publicó la Ley de Administración Local de 1907 que pretendía una reforma profunda de las estructuras políticas del país pero que quedó sólo en un proyecto. Esta ley pretendía “el descuaje del caciquismo”. La misma ley concedía amplias cotas de autonomía al regionalismo catalán.

Crisis de 1909 y caída de Maura.
La protesta por la movilización de reservistas catalanes para la guerra de Marruecos. Los reservistas iban a controlar una rebelión de indígenas contra la construcción del ferrocarril minero en el RIF. La Semana Trágica de Barcelona ocasionó días de terror y violencia. El Gobierno declaró el Estado de guerra y utilizó al Ejército para controlar la situación, la represión posterior costó la vida al anarquista Francisco Ferrer Guardia, a quien se le atribuyó la responsabilidad de aquellos los hechos. La ejecución de Ferrer Guardia, fundador de la Escuela Nueva, levantó una violenta protesta tanto dentro como fuera de España que contribuyó al descrédito del Gobierno y la Monarquía.
Estos hechos provocaron la caída de Maura.

Fue sustituido por Moret que sólo estuvo en el Gobierno unos meses.
Los sustituyó Canalejas, la personalidad más relevante del partido liberal. Canalejas realizó el segundo gran intento de Regenerar el Sistema, para ello:

• Estableció un impuesto sobre las rentas urbanas que gravaba especialmente a los más pudientes.
• Afrontó el problema clerical promulgando la llamada Ley del Candado por la que se prohibía la entrada de nuevas órdenes religiosas a España.
• Atendió algunas reivindicaciones obreras, se estableció la jornada laboral de 9 horas.
• Se reguló el trabajo de la mujer.
• Se hizo obligatorio el servicio militar eliminando los pagos o redenciones en metálico.
• Se inició la legislación social para intentar apaciguar las reivindicaciones del movimiento obrero.
• Atajó con dureza las huelgas distinguiendo entre huelga reivindicativa de derechos y huelga revolucionaria.
• Respecto a las reivindicaciones nacionalistas se promulgó la Ley de Mancomunidades Regionales.
Cuando se esperaba un “turno pacífico” entre Maura y Canalejas, este último fue asesinado por un anarquista (12 de Noviembre de 1912).

Con la muerte de Canalejas (1912) el reformismo propiciado por los partidos dinásticos se vino abajo, la ausencia de líderes prestigiosos en éstos provocó su fragmentación interna:
*.- Dentro del partido conservador se consolidaron dos tendencias: los mauristas que intentaron formar un partido de talante más reformista y los idóneos de Eduardo Dato que representaron la postura más tradicional.
*.- También el partido liberal se fragmentó en diferentes corrientes fruto del personalismo de sus líderes.

En 1913 el rey nombró al conservador Eduardo Dato como presidente del gobierno y este tuvo que hacer frente a las consecuencias del Estallido de la 1ª Guerra Mundial (1914-1918)
España mantuvo una posición de neutralidad frente al Conflicto Europeo, actitud apoyada por todas las fuerzas políticas. A pesar de la neutralidad, la sociedad Española tomó partido a favor de uno bando:
• Germanófilos Las clases altas, la Iglesia y la mayor parte de los mandos del Ejército, se mostraron partidarios de los Imperios centrales (Alemania y Austria), como representantes del orden conservador y de la autoridad.
• Aliadófilos Los sectores más progresistas, sobre todo republicanos, se inclinaron por las potencias aliadas Francia e Inglaterra, en las que veían la encarnación de ideales más democráticos.
• Fuerzas Obreras (y Sindicales) defendieron la neutralidad al considerar que el conflicto era una pugna entre intereses imperialistas.

La neutralidad favoreció una importante expansión económica. La Guerra redujo la capacidad productiva de los países beligerantes y España se convirtió en suministradora de productos tanto industriales como agrícolas. El incremento de la demanda interior estimuló el crecimiento de la producción pero también trajo consigo un aumento de los precios lo que desató un fuerte proceso inflaccionario (los precios de los productos de primera necesidad se duplicaron entre 1914 y 1919)y el desabastecimiento interior.
La demanda exterior benefició especialmente a la siderurgia Vasca, a la minería Asturiana y a las industrias textiles y metalúrgicas de Cataluña. Fueron años de negocios y de fácil enriquecimiento, pero este crecimiento tuvo un fuerte componente especulativo (ya no se invirtieron los beneficios en la modernización de infraestructuras).
Por el contrario, las clases populares conocieron un empobrecimiento de su nivel de vida (la inflación no trajo una equivalente subida de los salarios y, por consiguiente, su capacidad adquisitiva disminuyó), el coste de la vida subió entre un 15 y un 20% y produjo una oleada de huelgas reivindicativas (en 1914 hubo 212 huelgas y en 1918 463 huelgas).
El impacto de la I Guerra Mundial contribuyó a aumentar las diferencias sociales y la tensión social.

La Revolución Rusa (1917) consiguió, por primera vez que un partido obrero consiguiera tomar el poder e iniciar la construcción de un estado de trabajadores. Las organizaciones obreras de todo el mundo vieron en Rusia un ejemplo a seguir y ello estimuló sus posibilidades revolucionarias y sus aspiraciones de cambio social. Por el contrario el miedo a un estallido revolucionario empujó a los Gobiernos a tomar medidas de represión contra el movimiento obrero.
También resurgió el militarismo. Cánovas pretendió terminar con la presencia activa de los militares en la vida política.

Juntas de Defensa:
Organizadas por la Oficialidad, exigían una serie de reformas que remediaran los problemas del Ejército. Pedían que el ascenso a los grados militares se efectuara por rigurosa antigüedad, poniendo fin al ascenso de los “africanistas”, el fin de su pésima situación económica del ejército debida a los bajos sueldos (agravada por la inflacción).
El 1 de junio la Junta de Infantería de Barcelona publicó un Manifiesto que tuvo una buena acogida en los sectores contrarios al sistema de la Restauración. No obtuvieron el apoyo de Maura, a quien incluso le ofrecieron su apoyo en caso de que llegara a formar gobierno. Maura veía en las Juntas una vuelta al régimen de los generales y de la preponderancia militar del siglo XIX.

Asamblea de Parlamentarios:
Partió de una iniciativa de la burguesía catalana como reacción a la clausura de las Cortes.
Diputados y Senadores, reunidos en Barcelona, pidieron al Gobierno la apertura de las Cortes bajo la amenaza de convocar ellos mismos una Asamblea de Parlamentarios, si se desatendía su petición.
El Gobierno interpretó la demanda como una pretensión de los Parlamentarios de convocar Cortes, iniciativa que correspondía sólo al rey y al gobierno, y una nueva manifestación del separatismo catalán. Rechazó la petición.
Ante la negativa, se constituyó en Barcelona la Asamblea extraordinaria formada por parlamentarios de toda España. El enfrentamiento entre el Ejército y los Huelguistas, de agosto, disolvió la Asamblea de parlamentarios.

Huelga General:
El 13 de agosto de 1917 fue decretada por un Comité Ejecutivo perteneciente a la UGT y al PSOE. La huelga, a petición de Pablo Iglesias debió ser pacífica. El Manifiesto que la precedía fue redactado por el socialista Julián Besteiro en el cual se pedía:
*.- La formación de un Gobierno Provisional.
*.- Las celebración de elecciones y la convocatoria de Cortes Constituyentes

La huelga produjo un paro total casi en toda España. El gobierno declaró es Estado de Guerra y el ejército la reprimió violentamente; el 20 de agosto había terminado en toda España salvo en Asturias donde se prolongó un mes y donde el ejército se enfrentó a los huelguistas con un balance de unos 200 muertos y más de 2000 detenidos.

Se formó un Gobierno de Concentración Nacional presidido por Maura y formado por los políticos más relevantes de los partidos dinásticos, incluyendo al catalanismo.
Hasta finales de 1923 diversos Gobiernos se sucedieron (entre 1918 y 1923 hubo 15 gabinetes distintos). El sistema canovista había entado en una crisis sin retorno.
Dos hechos agravaron la situación: el asesinato de Eduardo Dato y el Desastre de Annual. Ambos sucesos conmovieron a la opinión pública de manera que el general Primo de Rivera, desde Barcelona, dio un Golpe de Estado.


La construcción del Estado liberal y la articulación política de la moderna nación española se vivió con optimismo (fueron años de expansión económica y de progreso general). El ambiente cambió con la pérdida de Cuba y Filipinas y la derrota ante Estados Unidos. En el conjunto de la opinión pública influyó la pérdida de los últimos territorios nacionales de ultramar y la evidencia de la aplastante superioridad militar norteamericana.
En la izquierda, la derrota del 98 afianzó su interpretación del significado del Régimen de la Restauración: el triunfo de la reacción, la continuación de la historia más negra de una España que se había apartado de la modernidad en el siglo XVI, al rechazar la Reforma, y que se había hundido en lo que Ortega y Gasset llamó "tibetanización" (un aislamiento voluntario y un narcisismo letal, con el consiguiente atraso económico, la ignorancia y el apego a las tradiciones caducas). En esta visión influyó de forma determinante el grupo krausista.
Esta visión negativa de la sociedad, la tradición y la historia españolas se encarnó en la genialidad de los escritores del 98. España, dijo Ortega, era la historia de una enfermedad. La Segunda República era, para Azaña, una empresa de demoliciones llamada a desmantelar la falsificación instaurada por sucesivas generaciones de liberales traidores a los principios de sus mayores, los gloriosos doceañistas.
Resurgía el mito progresista de la revolución pendiente

El artículo de Silvela, "España sin pulso"

Quisiéramos oír esas o parecidas palabras brotando de los labios del pueblo; pero no se oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni movimiento en las gentes.
Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal: discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España; dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso.
Monárquicos, republicanos, conservadores, liberales, todos los que tengan algún interés en que este cuerpo nacional viva, es fuerza se alarmen y preocupen con tal suceso. Las turbulencias se encauzan; las rebeldías se reprimen: hasta las locuras se reducen a la razón por la pena o por el acertado régimen; pero el corazón que cesa de latir y va dejando frías e insensibles todas las regiones del cuerpo. anuncia la descomposición y la muerte al más lego.
La guerra con los ingratos hijos de Cuba no movió una sola fibra del sentimiento popular. Hablaban con elocuencia los oradores en las cámaras de sacrificar la última peseta y derramar la postrer gota de sangre... de los demás ; obsequiaban los Ayuntamientos a los soldados, que saludaban y marchaban sumisos, trayendo a la memoria el Ave César de los gladiadores romanos; sonaba la Marcha de Cádiz ; aplaudía la prensa, y el país, inerte, dejaba hacer.
Era, decíamos, que no interesaba su alma una lucha civil, una guerra contra la naturaleza y el clima, sin triunfos y sin derrotas.
Se descubre más tarde nuestro verdadero enemigo; lanza un reto brutal; vamos a la guerra extranjera; se acumulan en pocos días, en breves horas, las excitaciones más vivas de la esperanza, de la ilusión, de la victoria, de las decepciones crueles. de los desencantos más amargos, y apenas si se intenta en las arterias del Suizo y de las Cuatro Calles una leve agitación por el gastado procedimiento de las antiguas recepciones y despedidas de andén de los tiempos heroicos del señor Romero Robledo.
Se hace la paz, la razón la aconseja, los hombres de sereno juicio no la discuten; pero ella significa nuestro vencimiento, la expulsión de nuestra bandera de las tierras que descubrimos y conquistamos; todos ven que alguna diligencia más en los caudillos, mayor previsión en los Gobiernos hubieran bastado para arrancar algún momento de gloria para nosotros, una fecha o una victoria en la que descansar de tan universal decadencia y posar los ojos y los de nuestros hijos con fe en nuestra raza; todos esperaban o temían algún estremecimiento de la conciencia popular; sólo se advierte una nube general de silenciosa tristeza que presta como un fondo gris al cuadro, pero sin alterar vida, ni costumbres, ni diversiones, ni sumisión al que, sin saber por qué ni para qué, le toque ocupar el Gobierno.
Es que el materialismo nos ha invadido, se dice; es que el egoísmo nos mata: que han pasado las ideas del deber, de la gloria, del honor nacional; que se han amortiguado las pasiones guerreras, que nadie piensa más que en su personal beneficio.Profundo error ; ese conjunto de pasiones buenas y malas constituyen el alma de los pueblos, vivirán lo que viva el hombre, porque son expresión de su naturaleza esencial.
Lo que hay es que cuando los pueblos se debilitan y mueren su pasiones. no es que se transforman y se modifican sus instintos, o sus ideas, o sus afecciones y maneras de sentir; es que se acaban por una causa más grave aún; por la extinción de la vida.Así hemos visto que la propia pasividad que ha demostrado el país ante la guerra civil, ante la lucha con el extranjero, ante el vencimiento sin gloria, ante la incapacidad que esterilizaba los esfuerzos y desperdiciaba las ocasiones la ha acreditado para dejarse arrebatar sus hijos y perder sus tesoros; y amputaciones tan crueles como el pago en pesetas de las Cubas y del Exterior, se han sufrido sin una queja por las clases medias, siempre las más prontas y mejor habilitadas para la resistencia y el ruido.
En vano la prensa de gran circulación, alentada por los éxitos logrados en sucesos de menor monta, se ha esforzado en mover la opinión, llamando a la puerta de las pasiones populares, sin reparar en medios y con sobradas razones muchas veces en cuanto se refiere a errores, deficiencias e imprevisiones de gobernantes: todo ha sido inútil y con visible simpatía mira gran parte del país la censura previa, no porque entienda defiende el orden y la paz, sino porque le atenúa y suaviza el pasto espiritual que a diario le sirven los periódicos y los pone más en armonía con su indiferencia y flojedad de nervios.
No hay exageración en esta pintura, ni pesimismo en deducir de ella, como en el clásico epigrama, que una cosa tan bellacano puede parar en bien.
Que contemplen tal y tan notorio estrago los extraños con indiferencia, y que lo señalen y lo hagan constar los que pudieran ser herederos de nuestro patrimonio con delectación poco disimulada, se explica; pero los que tienen por oficio y ministerio la dirección del estado no cumplirán sus más elementales deberes si no acuden con apremio y con energía al remedio, procurando atajar el daño con el total cambio del régimen que ha traído a tal estado el espíritu público.Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desalienta y burla.
No hay que fingir arsenales y astilleros donde sólo hay edificios y plantillas de personal que nada guardan y nada construyen: no hay que suponer escuadras que no maniobran ni disparan, ni citar como ejércitos las meras agregaciones de mozos sorteables ni empeñarse con conservar más de lo que podamos administrar sin ficciones desastrosas, ni prodigar recompensas para que se deduzcan de ellas heroísmos, y hay que levantar a toda costa, y sin pararse en amarguras y sacrificios y riesgos de parciales disgustos y rebeldías, el concepto moral de los gobiernos centrales, porque si esa dignificación no se logra, la descomposición del cuerpo nacional es segura.
El efecto inevitable del menosprecio de un país respecto de su Poder central es el mismo que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la decadencia de la fuerza cerebral; primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte.Las enfermedades´ dice el vulgo, que entran por arrobas y salen por adarmes, y esta popular expresión es harto más visible y clara en los males públicos.
La degeneración de nuestras facultades y potencias tutelares ha desbaratado nuestra dominación en América y tiene en grave disputa la del Extremo Oriente; pero aún es más grave que la misma corrupción y endeblez del avance de las extremidades a los organismos más nobles y preciosos del tronco, y ello vendrá sin remedio si no se reconstituye y dignifica la acción del Estado.
Engañados grandemente vivirán los que crean que por no vocear los republicanos en las ciudades, ni alzarse los carlistas en la montaña, ni cuajar los intentos de tales o cuales jefes de los cuarteles, ni cuidarse el país de que la imprenta calle o las elecciones se mixtifiquen, o los Ayuntamientos exploten sin ruido las concejalías y los Gobernadores los juegos y los servicios, está asegurado el orden y es inconmovible el Trono, y nada hay que temer ya de los males interiores que a otras generaciones afligieron.
Si pronto no se cambia radicalmente de rumbo, el riesgo es infinitamente mayor, por lo mismo que es más hondo y de remedio imposible, si se acude tarde; el riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales y la condenación, por nosotros mismos, de nuestro destino como pueblo europeo y tras de la propia condenación, claro es que no se hará esperar quien en su provecho y en nuestro daño la ejecute.
Artículo de Silvela publicado sin firma en el diario madrileño El Tiempo el 16 de agosto de 1898

sábado, 15 de noviembre de 2008

España en la historia de Europa (Vicente Palacio Atard)

"Los antiguos griegos inventaron el mito de Europa.
En la embarullada Teogonia de Hesíodo Europa aparece como una de las tres mil Oceánidas, de la que se enamoró el divino Zeus. Pero como los antiguos griegos enlazaban fácilmente a los dioses con los héroes y los reyes, en una genealogía mitológica posterior, evocada por muchos poetas y que conocemos en la versión de Moscos, Europa es una bella princesa fenicia, hija del rey Agenor de Tiro, a la que el enamoradizo Zeus raptó para llevársela, cruzando el mar, a Creta. Los antiguos griegos pasaron del mito a la geografía. Hace veintiséis siglos Mecateo, en su "Descripción del mundo", dedicaba a Europa el libro I. La primera configuración de Europa como realidad geográfica se la debemos a los griegos. Por su parte Herodoto, el más antiguo de los historiadores, decía no tener muy claro por qué a la Tierra se la divide en tres partes y las tres con nombre de mujer (Asia, Libia y Europa), observando la curiosa paradoja de que "la tiria Europa era asiática y nunca vino a esta tierra (continental) que ahora los griegos llamamos Europa".
Griegos y romanos se encargaron de ampliar el concepto geográfico de Europa. Pero los romanos, que crearon el Imperio sobre el eje del Mediterráneo, no inventaron un concepto político de Europa. Sin embargo, a nuestra Península Ibérica dieron una estructura administrativa y un nombre, Hispania, que había de perdurar a través de los siglos, lo mismo que el nombre de Europa. Italia, Hispania, Galia y otras partes del Imperio romano habían de ser con el tiempo núcleo fundacional de Europa. Pero el factor de cohesión más importante heredado de aquel Imperio estaba llamado a ser el cristianismo. La Roma imperial desapareció en el siglo V, al sobrevenir las invasiones de los pueblos germánicos, pero la Roma espiritual, cabeza de la Cristiandad, sobrevivió por la primacía de pontificado romano sobre las otras Iglesias apostólicas. Algunos pueblos "bárbaros" venían cristianizados, otros lo fueron muy pronto. El asentamiento de los pueblos germánicos sobre el antiguo Imperio transformó las antiguas estructuras de la sociedad romana y se aportaron nuevos contenidos étnicos, culturales y políticos, ya fuera manteniendo una cierta continuidad, como en el caso de la monarquía hispano-goda, ya creando nuevos reinos. Uno de ellos sería el de los francos galios, llamado a tener un futuro relevante. Desde mediados del siglo VII apareció en la lejana Arabia el Islam, cuya fuerza expansiva, apoyada en la "guerra santa" proclamada por Maho-ma, resultó impresionante. ¿Quién detendría a estos nuevos "bárbaros"? A principios del siglo VIII habían invadido y dominado la Hispania visigoda y, mientras se organizaban los primeros núcleos de resistencia hispana en la cordillera asturcantábrica y en el Pirineo, penetraron en el corazón de las Galias. Entonces, Carlos Martel, que era un gran reclutador de soldados, logró formar un ejército con francos, galos, hispanos, bávaros, sajones, y derrotó a las tropas del emir de Córdoba en Poitiers, en el año 732. Un cronista hispano-mozárabe llamó miles europei al conglomerado de soldados que vencieron en aquella batalla. Pero el gran valladar a la expansión islámica en Occidente fueron los reinos hispano-cristianos, empeñados durante ocho siglos en "recobrar" la España "perdida" en la batalla del Guadalete.
El papel de España en esta historia incipiente de Europa tendrá así una singular significación. Porque Europa empezaba entonces a transformar el mero concepto geográfico en un nuevo concepto histórico. Un descendiente de Carlos Martel, de nombre Carlomagno, llegó a ser rey de los francos y aliado con el Papa fue coronado emperador en Roma el año 800. Carlomagno es uno de esos personajes históricos que gozan de buena imagen en vida y también en la posteridad, porque su figura resulta grata a franceses y alemanes, que pueden incorporarla a sus respectivos patrimonios históricos. Hoy en día se atribuye en Aquisgrán la sede de su reino, el premio "europeísta" que lleva su nombre y algunos historiadores, como Henri Pirenne, le han considerado "fundador de Europa". En realidad, Carlomagno se propuso refundir a los "bárbaros" en la herencia cultural romana y cristiana, y restablecer un cierto orden político en el antiguo occidente romano, tras el desorden de las invasiones.
Ni el Imperio carolingio, ni la nueva versión del Sacro Imperio Romano Germánico de los Otones y sus continuadores (que heredaría la Casa de Habsburgo y recibió Carlos V) lograron crear una auténtica cohesión europea. La idea medieval del Imperio se limitaba a una cierta jerarquiza-ación de la Cristiandad y a un rango honorífico. Reinos y pueblos se reconocían miembros de la Christiana respublica, de la Universitas christiana. La Cristiandad, denominación que en los siglos medievales eclipsó el nombre de Europa, no fue un cuerpo visible, sino un espíritu sensible que da sentido a la Edad Media.
El soporte eclesiástico de la idea de Cristiandad fue más sólido que el Imperio y se mantuvo hasta la aparición en el siglo XV de las Iglesias nacionales, aun antes de la ruptura de la Reforma protestante. En la historia de la naciente Europa dejaron su huella las discordias entre las dos instancias universales de la Cristiandad (el Pontificado y el Imperio), así como las guerras y banderías feudales.
Hubo, en cambio, otros factores de convergencia y cohesión entre los pueblos europeos y de ellos participa la España medieval: las órdenes monásticas, las peregrinaciones y las Universidades. Los monjes de Cluny y del Cister tuvieron en España, como en otros países, no sólo un papel revitali-zador de la espiritualidad, sino también contribuyeron a la consolidación y homogeneización cultural. También las órdenes monásticas impulsaron y dieron apoyo logístico (hospederías, hospitales, vigilancia de caminos) a las peregrinaciones, que además de expresiones de piedad o penitencia, fueron modos de comunicación entre las gentes dispersas de la Cristiandad. Los estilos artísticos, el románico y el gótico, nos han dejado el mejor testimonio de las variedades locales dentro de la unidad de estilo que es propio de una plural cultura de la Cristiandad europea. Cuando a principios del siglo XIII aparecen las órdenes monásticas, el nombre de un español, nacido en Caleruega, se inscribe en la nómina de las grandes personalidades cuya obra ha influido más en los destinos de la Iglesia y de la cultura europea de todos los tiempos. Santo Domingo de Guzmán sugirió al papa Inocencio III un nuevo modelo monástico, cuyos frailes renunciarían a la posesión de bienes materiales, viviendo sólo de la limosna, para dedicarse al estudio de la teología y a la predicación, como mejores medios de combatir la herejía y procurar la evangelización de los infieles. Así nació la Orden de Predicadores, los dominicos que, junto a los franciscanos principalmente, dieron numerosos maestros a las Universidades que entonces iniciaban su andadura histórica.
La primera en el tiempo fue la Universidad de Bolonia. Ella y las de París, Salamanca y Oxford fueron calificadas por en Concilio de Vienne como las más importantes de Europa. Las Universidades fueron centros de encuentro cosmopolitas, porque maestros y discípulos viajaban sin limitación de fronteras. A ellas llegaban las más diversas fuentes del saber, y no poco se aprovechó en ellas de los trabajos de la Escuela de Traductores de Toledo, que había sido un foco de transmisión del pensamiento y el saber clásicos, recuperados por el trabajo conjunto de cristianos, musulmanes y judíos. En todas las Universidades había un mismo patrón de estudios, como es sabido, y unos mismos grados académicos. Pero las "lectiones", las "quaes-tiones" o las "disputationes" mantenían vivo el discurso intelectual y por bastante tiempo alentaron el pensamiento creador y las polémicas escolásticas, hasta que quedaron atrapadas en ellas, anquilosándose, al correr de los siglos.
Del entronque medieval de España con la Cristiandad y de las relaciones dinásticas establecidas por los Reyes Católicos se dedujo el gran protagonismo alcanzado por España en la Europa de finales del siglo XV y del siglo XVI. Carlos de Austria recibió al mismo tiempo las Coronas de España y del Imperio, una España que había formado su unidad nacional al reunirse en una sola Corona los reinos peninsulares, salvo Portugal, y que se extendía al otro lado del Océano tras los grandes descubrimientos atlánticos. Con razón el eximio rapsoda portugués Luis de Camoens, en la bella descripción poética de Europa del canto III de Os Lusíadas, podía proclamar "a nombre Espanha/como cabeca alí de toda Europa". En las ingenuas representaciones gráficas antropomórfi-cas de Europa, dibujadas en aquella época, también suele aparecer España como la cabeza del cuerpo europeo. Era el momento en que el idioma de Castilla se convertía en idioma universal, el momento en que está floreciendo el Siglo de Oro de las letras y de las artes. Era entonces cuando España hace las más grandes aportaciones a la cultura europea y universal de todos los tiempos: la defensa de la libertad y de la dignidad del hombre en la doctrina de la justificación por la fe y las obras; la incorporación de la quarta orbis pars a la geografía del mundo, acabando con el aislamiento continental de los hombres; las misiones americanas; la espiritualidad de la literatura mística, porque no sólo del pan y de la tecnología vive el hombre; y el planteamiento de los fundamentos del derecho internacional.
La ruptura interna de la Cristiandad postrenacentista derivó, por caminos opuestos, al estilo de modernidad europea y a otro modelo español, mientras Felipe II pretendía sostener políticamente el principio hegemónico de poder, a la vista del Imperio declinante; y sus sucesores persistieron en el empeño, haciendo gravitar sobre España "el peso de todo el mundo", como decía un contemporáneo del conde-duque de Olivares, angustiado al contemplar el esfuerzo que todo ello exigía y sus poco felices presagios. Lo cierto es que España nunca había desistido de su significación europea. En una pieza escénica alegórica de mediados del siglo XVI, de autor anónimo, y creo que todavía inédita, que lleva por título "Las bodas de España", al preguntarle Europa si el amor que dice profesarle España llegará al sacrificio, responde:
"Europa, señora mía,
especie de demasía
es tal prevención hacer,
teniendo entero poder
sobre la voluntad mía".
Casi un siglo más tarde escribió el cardenal Richelieu otra pieza alegórica semejante, con el título de "Europa" (que, por cierto, se representó en París en 1954), en la que Ibero, Germánico y Franción, que son los personajes alegóricos, se disputan también los amores de una Europa que, naturalmente, prefiere a Franción, aunque no deja de reconocer virtudes a los otros pretendientes.
Los conflictos bélicos entre príncipes cristianos, hermanos en la fe, desasosegaban a nuestro Juan Luis Vives y a todos cuantos se inspiraban en la tradición paulina del universalismo cristiano. En 1636, en el momento culminante de la guerra entre Francia y España, fray Ambrosio Bautista declara que todos formamos una sola nación "y esta es cristians: el francés que ama a Dios es mi español; el español que le enoja es mi francés". A mediados del siglo XVII, Saavedra Fajardo, inteligencia clara escudriñadora de panoramas turbios, había advertido la sinrazón de las "guerras divinales" de España, porque los motivos de sus enemigos eran puramente políticos y se inspiraban en la razón de Estado. Había que acomodarse para vivir en la realidad. Creo que Rene Bouvuer acertó a llamar a la España del siglo de Quevedo "la exiliada del presente", de aquel presente europeo.
Había que esperar a las nuevas circunstancias históricas para que la Monarquía reformadora de la nueva dinastía borbónica en España alentara el reencuentro con la Europa moderna. Era el momento de la Ilustración. El conjunto de ideas, creencias y actividades predominantes en los sectores ilustrados europeos tenían como base el ejercicio de la crítica racional sobre la herencia histórica recibida. La tradición y el principio de autoridad se ponía en tela de juicio. De esta actitud participaron los ilustrados españoles. Pero la siembra de ideas ilustradas tuvo en Europa diferentes resonancias. No hay un solo modelo de Ilustración. En Inglaterra, pongo por caso, no se produjo choque frontal con la Iglesia establecida ni con la Monarquía, en tanto que en Francia la ofensiva de los "filósofos" se dirigió contra esas dos instituciones.
En España, la política de reformas constituye el núcleo del "despotismo ilustrado". En muchos aspectos los ilustrados españoles sintonizaron con los de los países de nuestra vecindad histórica y geográfica. Hay connotaciones comunes. El estudio del hombre como ser social se proyecta sobre la economía y la revisión de la Historia; el abandono de la metafísica tendrá como contrapartida el interés por la física y las ciencias de la naturaleza; una nueva mentalidad utilitaria será inculcada por la educación. Jove-llanos insistía en que la reconstrucción económica de España exigía el previo desarrollo de una mentalidad moderna, y las mentalidades no cambian sólo por decreto, ni dejan de provocar resistencias. Esa España ilustrada y reformadora no siempre fue bien comprendida entre los ilustrados europeos, que retenían la imagen de una España anclada en el pasado, inquisitorial, desentendida de la ciencia moderna. De esa imagen participó nada menos que Napoleón Bonaparte, que al lanzarse en 1808 a la aventura de España, descalificaba a los españoles como "una chusma (canaille) de campesinos mandados por una chusma de curas". Pero aquellos españoles así despreciados se convirtieron de pronto en protagonistas de la historia universal, sorprendiendo al mundo con su lucha victoriosa. De ahí la nueva imagen de España en la Europa del romanticismo. El Romacero y el teatro del Siglo de Otro, las letras y las artes españolas se exportan a Europa. El genio de Goya marca un hito en la historia de la creación artística. Hasta la Constitución de Cádiz y el liberalismo español se convertían en ejemplares de exportación. La imagen idealizada de España adquiría trazos nuevos y casi siempre pintoresquistas. Los relatos de los viajeros se encargaban de revelar el cliché de que "España es diferente". Y España fue, efectivamente, diferente. Es la gran paradoja de nuestro siglo XIX. Se estrechó entonces la comunicación física, material, cultural y económica con el resto de Europa. Se imitan los modelos franceses al establecer las estructuras políticas y administrativas del Estado liberal. Las gentes cultas hablan francés, leen en francés, siguen las modas francesas, hasta el punto de que nuestro siglo XIX resulta el más afrancesado de nuestra historia. Pero la implantación del liberalismo y de la economía industrial en España no mantuvo el ritmo de éxitos conseguidos en los países avanzados de Europa. La implantación del liberalismo degeneró en guerras civiles y se rompieron los lazos políticos y económicos con los antiguos reinos de Ultramar. La escasez de capitales, la falta de espíritu empresarial, de fuentes de energía y de materias primas, la debilidad de un reducido mercado interior, nos relegaron al furgón de cola del nuevo tren de la economía europea.
Los españoles más críticos y más exigentes denostaban de la historia de España, mientras otros se aferraban a las esencias de la tradición. Fue preciso el gran revulsivo del 98 para que los españoles despertaran a la realidad, que no era ya la de los ilustrados del siglo XVIII, ni la de los románticos del XIX.
El 98 sacó a los españoles de su pasivo conformismo o de su airada pero inútil irritación. Hubo pasión y reflexión en aquel examen de conciencia colectivo. Fue la hora de los poetas de la "abominación" de España, la hora de los que miraban hacia las Exposiciones Universales entonces en boga, que proclamaban el éxito de la ciencia y de la técnica de unos pueblos europeos exaltados por el orgullo nacionalista y la expansión colonial. Por fin, el impulso regeneracionista se abre camino en nuestro siglo XX.
Los españoles se dan cuenta de que europeizarse no significa renunciar a todo lo español antiguo sino, como decía Azorín, encauzar lo genuino español en los moldes de la civilización moderna. Se coge definitivamente el pulso europeo. Florece un nuevo "medio siglo de Plata" de las letras españolas en el mundo; nuestros artistas triunfan en el escaparate universal que es París; los hombres de ciencia o de la ingeniería españoles reciben los premios internacionales más prestigiosos a la sabiduría ya la invención; el tímido espíritu empresarial español levanta cabeza y crea fuentes de riqueza. Una nueva hora de España llega cuando Europa renace después de haber sufrido la trágica autofagia de dos guerras, a las que le habían conducido los excesos del nacionalismo. Desde 1945 los europeos, temerosos de los fantasmas de su propio pasado y de las expectativas de otras amenazas exteriores, se plantean un nuevo modelo de comunidad para su reconstrucción moral y material. Por razones políticas de índole interna España no puede estar presente en los momentos fundacionales, pero un sentimiento europeista bastante extendido hará que se sume al fin a la tarea de "hacer Europa", sin dejar de pensar en España. Porque éste es uno de los tres grandes desafíos históricos que tenemos que afrontar los españoles de finales del siglo XX, junto a la construcción del Estado de las autonomías, como nueva fórmula de convivencia nacional, y la respuesta al llamamiento siempre fraternal de la América hispano hablante".

jueves, 13 de noviembre de 2008

Crisis de 1898

La construcción del Estado liberal y la articulación política de la moderna nación española se vivió con optimismo (fueron años de expansión económica y de progreso general).

El ambiente cambió con la pérdida de Cuba y Filipinas y la derrota ante Estados Unidos.
En el conjunto de la opinión pública influyó la pérdida de los últimos territorios nacionales de ultramar y la evidencia de la aplastante superioridad militar norteamericana.

En la izquierda, la derrota del 98 afianzó su interpretación del significado del Régimen de la Restauración: el triunfo de la reacción, la continuación de la historia más negra de una España que se había apartado de la modernidad en el siglo XVI, al rechazar la Reforma, y que se había hundido en lo que Ortega y Gasset llamó "tibetanización" (un aislamiento voluntario y un narcisismo letal, con el consiguiente atraso económico, la ignorancia y el apego a las tradiciones caducas).
En esta visión influyó de forma determinante el grupo krausista.
Esta visión negativa de la sociedad, la tradición y la historia españolas se encarnó en los escritores del 98.
*.- España, dijo Ortega, era la historia de una enfermedad.
*.- La Segunda República era, para Azaña, una empresa de demoliciones llamada a desmantelar la falsificación instaurada por sucesivas generaciones de liberales traidores a los principios de sus mayores, los gloriosos doceañistas.

Resurgía el mito progresista de la revolución pendiente

La Crisis de 1898 y el regeneracionismo.
La crisis del 98 con frecuencia se ha presentado como una catástrofe nacional, identificando los errores de los gobernantes españoles con el fracaso histórico de un pueblo (cuando esta crisis se produce, la realidad histórica nos muestra a una nación activa en la defensa de sus intereses).
Resulta tópico sostener que España agonizaba en 1898, lo que se evidenció a finales del siglo XIX es que el sistema de la Restauración estaba en su fase terminal. En la falsedad, arbitrariedad e inconsistencia del sistema político instaurado en 1875, y en su agotamiento, se encuentran las verdaderas causas de la crisis.

*.- Un aislamiento internacional de España en una época de expansión imperialista, agravado con la pérdida de Cuba y Filipinas[1].

*.- El relevo biológico de los líderes políticos que habían sustentando el equilibrio del sistema de la Restauración produjo disensiones internas en el seno de los partidos dinásticos ante la falta de un liderazgo claro en los mismos.

*.- La escasa participación del país en la vida política y el progresivo alejamiento de los políticos respecto a la propia realidad de España.
No quedaba imperio colonial, los mercados y las fuentes de beneficios fáciles habían desaparecido. La industrialización progresivamente se imponía y las inversiones de capital extranjero se incrementaban. Crecían los sectores asalariados y progresaban paulatinamente sus estructuras organizativas. Crecía la población urbana y se despoblaba el campo. Todo contradecía el mantenimiento de un orden fundamentado en las viejas estructuras agrarias y en unas relaciones de poder basadas en la oligarquía y en el caciquismo de base rural.

*.- La evidencia de una profunda crisis económica cuyas notas más destacadas fueron la inflación, la depreciación de la moneda y la reducción del comercio exterior.

*.- La creciente inestabilidad política y social y el terrorismo.

*.- Crecía el desprestigio del fenómeno restaurador, a pesar de los ensayos realizados para renovarlo. El sistema se mostró cada vez más incapaz de integrar en su seno a las nuevas fuerzas políticas, sociales y sindicales emergentes (regeneracionistas, republicanos, socialistas, nacionalistas y movimiento obrero).

*.- Se extendía cada vez más la opinión de que era necesaria la búsqueda de un nuevo sistema político que, a través de una reforma constitucional, posibilitase la participación de las fuerzas políticas, sociales y económicas que habían quedado excluidas del sistema de la Restauración estas y que diera cabida a la autonomía local y regional suscitadas por el catalanismo y los demás movimientos de signo regionalista o nacionalista.

La salida de la crisis planteó además, para muchos, la exigencia de una profunda reflexión sobre España, su identidad, su pasado y su futuro y el planteamiento de reformas urgentes que sacaran a la nación de la situación en la que se encontraba, sanearan el país, educaran al pueblo y democratizaran el Estado.

Surgieron movimientos coincidentes en la conveniencia de procurar un "rearme moral" del país mediante la crítica del sistema político vigente, de sus prácticas caciquiles y de las estructuras socioeconómicas que en las que se sustentaban (incluso cuestionando la propia institución monárquica y la el problema religioso).

Algunos de estos movimientos adquirieron también matices antimilitaristas y separatistas (especialmente en Cataluña y el País Vasco) y revolucionarios en lo referente a la cuestión social.
Especialmente el Regeneracionismo denunció el desajuste existente entre la Constitución formal y la realidad del país, entre la España real y la España oficial. El Regeneracionismo y la generación del 98 fueron aglutinantes de las diversas tendencias.

El proyecto político de Maura planteó la necesaria revolución impuesta desde arriba (antes de que ésta pudiera llegar surgida e impuesta desde abajo) desde el convencimiento de que un Gobierno sólo podría subsistir si era consentido por los gobernados.

Para ello propuso una limitada descentralización, el establecimiento de unas elecciones sinceras (el caciquismo era cada vez más inviable en las ciudades) buscando contar con el apoyo de la burguesía urbana y de los pequeños propietarios rurales y promover la movilización de la "masa neutra" del país.

El bloque de izquierdas consideró moderado el proyecto maurista, para los catalanes era insuficiente la autonomía que ofrecía. Los problemas surgidos en el ejército, la guerra de Marruecos, la represión del "terrorismo" y la Semana Trágica de Barcelona (1909) pusieron fin a los proyectos de renovación desde el maurismo.

[1] Tras la pérdida de sus posesiones americanas con le desastre 1898, la actuación exterior española se orientó hacia el norte de África en un momento en que las grandes potencias Imperialistas se estaban repartiendo el continente africano. España empezó con una tímida política exterior con el objetivo de Marruecos.
A partir de 1906 España inició su penetración en el norte de África. La conferencia de Algeciras de 1906 y el posterior tratado hispano-francés supusieron la entrada de España en el reparto de África. A España se le concedió una franja en el norte, el Rift y un enclave en la zona atlántica: Ifni y Río de Oro.
Los intereses españoles en la zona eran varios:
• Estratégicos: se trataba de evitar que las potencias occidentales, especialmente Francia y Alemania decidieran exclusivamente el destino de Marruecos.
• Económicos, resultaba importante explotar los recursos mineros de las montañas del RIF y parecía rentable la posibilidad de realizar grandes inversiones de capital en la construcción de ferrocarriles y otras obras públicas.
• Política de prestigio: la expansión de Marruecos podría ayudar a la recuperación del prestigio perdido a la vez que posibilitaba la realización de los ideales “africanistas” de aquellos que consideraban a África como una ocasión histórica perdida.
El dominio de España en su protectorado no fue nada fácil ni económicamente muy rentable. La ocupación militar del protectorado español en Marruecos estaba resultando una operación difícil y costosa porque el ejército español estaba mal preparado y carecía de recursos. Además, las características del RIF no ayudaban puesto que era una zona muy montañosa mal comunicada y ocupada por distintas tribus.

martes, 11 de noviembre de 2008

Programa político del republicano Alejandro Lerroux

" Al Pueblo
Movido por mis propios convencimientos y solicitado por numerosos amigos, mantengo mi candidatura para Diputado á Cortes por esta circunscripción.
No tengo programa porque no caben mis aspiraciones en ninguno de los conocidos, pero he aquí cuales son mis propósitos:
Acción revolucionaria dentro y fuera del Parlamento, para reaccionar el espíritu público, concordar las tendencias radicales de las masas populares, encauzarlas hacia el fin de una pro-funda transformación social, intentando realizar:
En lo político la sustitución de la monarquía por una república democrática, radical, refor-madora, que disminuya en lo posible y á cada momento la tiranía de los poderes públicos.
En lo religioso la separación de la iglesia y del Estado, la secularización de la sociedad y la enseñanza, la expulsión de las órdenes monásticas y la desamortización é incautación de los bienes detentados por aquellas, procurando absoluta libertad de cultos fundada en la tolerancia recíproca de ideas y sentimientos.
En lo económico el establecimiento de una administración autónoma para las entidades re-gionales y municipales que forman la nación.
En lo social garantizar contra las arbitrariedades del poder el derecho de asociación para cumplir fines humanos, sustraer en lo posible el trabajo á la explotación del capital consagrar el derecho á la vida de todo ser humano, suprimir toda tributación impuesta al jornalero, establecer oficialmente la jornada de las 8 horas cada día y 48 cada semana, proteger al proletariado en sus luchas por la propia emancipación, reconocer la justicia y legalidad de sus aspiraciones funda-mentales, ser su verbo y su mandatario en las Cortes.
A este plan ajustaré mi conducta en el Parlamento.
Y fuera del Parlamento consagraré mis energías á fomentar las organizaciones obreras y á procurar la reconstitución y agrupación de las fuerzas democráticas, en un gran partido republi-cano, radical en lo político, socialista en lo económico, revolucionario en todas las manifesta-ciones de su vida, más atento á captarse voluntades y á formar conciencias que á conquistar el poder.
Entrego mi candidatura á la voluntad del pueblo.
Más que vencer y que procurarme el amparo de una inmunidad protectora, importarme con-tar fuerzas, despertar energías, sacar de su aislamiento á los abatidos y de su postración á los desesperados.
Si queremos vencer, venceremos.
A la lucha, pues, y contad de antemano con mi renuncia al cargo si mañana me la exigiéseis ó si la experiencia me convenciese de impotencia para avanzar en el camino del porvenir.
Salud y revolución.
Alejandro Lerroux y García

"Los comienzos del Frente Popular", editorial del "Journal de Généve" (17-1-1937), Niceto Alcalá Zamora, ex Presidente de la II República.

«... Las primeras siete semanas del «Frente Popular» fueron las últimas de mi presidencia, desde el 19 de febrero al 7 de abril de 1936, con el Ministerio Azaña. Durante cierto período, uno de los Poderes del Estado, el que yo ejercía, escapaba todavía al «Frente Popular». Durante los cien días que siguieron y que precedieron a la guerra civil, la ola de anarquía ya no encontró obstáculo. La táctica del «Frente Popular» se desdobló. En las Cortes se atrevió a todo; en el Gobierno quedaba débil, pero provocadora.

«El «Frente Popular» se adueñó del Poder el 16 de febrero gracias a un método electoral tan absurdo como injusto, y que concedió a la mayoría relativa, aunque sea una minoría absoluta, una prima extraordinaria. De este modo hubo circunscripción en que el «Frente Popular», con 30.000 votos de menos que la oposición, pudo, sin embargo, conseguir diez puestos más en cada trece, sin que en ningún sitio hubiese rebasado en un 2 por 100 al adversario más cercano. Este caso paradójico ge bastante frecuente.

«Al principio se creyó que el «Frente Popular» resultaba vencido. Pero cinco horas después de la llegada de los primeros resultados, se comprendió que las masas anarquistas, tan numerosas y que hasta entonces se habían mantenido fuera de los escrutinios, habían votado compactas. Querían mostrar su potencia, reclamar el precio de su ayuda: la paz y, tal vez, la misma existencia de la Patria.

«A pesar de los refuerzos sindicalistas, el «Frente Popular obtenía solamente un poco más, muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473 Diputados. Resultó la minoría más importante, pero la mayoría absoluta se le escapaba. Sin embargo, logró conquistarla, consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia.

«Primera etapa: Desde el 17 de Febrero, incluso desde la noche del 16, el «Frente Popular», sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, la que debería haber tenido lugar ante las Juntas Provinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden: reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis; algunos Gobernadores civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales: en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados.

«Segunda etapa: Conquistada la mayoría de este modo, ge fácil hacerla aplastante. Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, el «Frente Popular» eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que procedió de una manera arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron Diputados a candidatos amigos vencidos. Se expulsó de las Cortes a varios Diputados de las minorías. No se trataba solamente de una ciega pasión sectaria, se trataba de la ejecución de un plan deliberado y de gran envergadura. Se perseguían dos fines: hacer de la Cámara una convención, aplastar a la oposición y asegurar al grupo menos exaltado del «Frente Popular». Desde el momento en que la mayoría de izquierdas pudieran prescindir de él, este grupo no era sino el juguete de las peores locuras.

«De este modo las Cortes prepararon dos golpes de Estado parlamentarios. Con el primero, se declararon a sí mismas indisolubles durante la duración del mandato presidencial. Con el segundo, me revocaron. El último obstáculo estaba descartado en el camino de la anarquía y de todas las violencias de la guerra civil.

martes, 4 de noviembre de 2008

Miguel Artola: la España contemporánea.

“El poco aprecio de las Humanidades es lo que está provocando las críticas a la educación. El problema fundamental de la calidad del uso de la lengua en la comunicación es una consecuencia del abandono frívolo de una serie de elementos fundamentales.
De la conjunción de los verbos, del subjuntivo. Eso produce un lenguaje en el que priman los infinitivos. No sé si se llega a tanto, pero hemos reducido mucho la calidad de la expresión, de la precisión, del vocabulario. Los estudiantes no tienen palabras para expresar sus ideas de una manera certera”.

“Echo de menos el contacto con los alumnos: Siempre ha sido muy estimulante explicar cosas. Además, cuando veo que encuentran interés en lo que xplico, pues mucho mejor. Es muy estimulante ver que así ha sido”
Es muy importante, el interés y las ganas de aprender… “sí, el brillo de los ojos del auditorio”.
“Una imagen vale más que mil palabras” conlleva la afirmación de que “se necesitan mil palabras para comprender una imagen”.

“El proceso revolucionario en España arranca en 1808 cuando las Juntas Provinciales construyen un poder unitario, un poder Central, que, a su vez, inicia el camino hacia la creación de la Constitución de 1812 y hacia una organización política basada en los derechos del hombre y la división de poderes”.


Fernando VII “rechazaba la modernidad, que era el constitucionalismo. Se habían producido tres grandes revoluciones.
La inglesa, que no había dado como resultado una Constitución, porque entonces no se había inventado y los revolucionarios ingleses no tenían interés en crearla. Su Parlamento fue adquiriendo progresivamente las competencias que hicieron evolucionar al régimen hacia el parlamentarismo. El rey dejó de vetar las leyes y de nombrar los ministros, para aceptar al líder mayoritario en el Parlamento.
El otro sistema político era el de los colonos británicos en América. Allí sí elaboraron un Constitución escrita e introdujeron, formalmente, de una manera muy clara, la división de poderes.
Por último la Revolución Francesa había hecho una Declaración de Derechos y había defendido la soberanía nacional.
A esas tres experiencias se añade la española, que da forma moderna a la soberanía nacional, definiendo el sujeto de la soberanía nacional como el colectivo de todos los ciudadanos, lo que hoy conocemos como Estado-Nación.
(Fue limitada porque, en primer lugar, la Constitución se hizo, pero después se disolvieron las Cortes y convocaron nuevas elecciones.
En 1814, tras dos años de Guerra en los que había sido muy difícil desarrollar la organización territorial descrita en la Constitución de Cádiz, Fernando VII abole todo lo que se ha hecho políticamente por las autoridades revolucionarias y trata de volver al pasado…”

Aunque al final triunfaron, “lo que pasa es que en la aplicación del proyecto gaditano, los liberales, tras la experiencia de Cádiz y la del Trienio, cuando recuperan el poder se encuentran una guerra dinástica que también encierra un conflicto político con los países que eran o habían sido forales.
Estos apoyaron la causa de Don Carlos, ya sea porque era el poder legítimo o porque servía a sus intereses para mantener los fueros. Esa fue una guerra de siete años.
Luego se impuso una interpretación menos radical del programa unitario diseñado por los liberales en Cádiz y después por moderados en los primeros años de Isabel II.
Es decir, la concepción del Estado anterior a éste de las Autonomías es una construcción que se hace por un conglomerado de fuerzas, de inspiración ilustrada o liberal, que opera en los años de Isabel II.