jueves, 27 de marzo de 2008

Dos visiones contrapuestas de la Guerra Civil

“Una España convulsa, atormentada y caótica nadie luchaba por la democracia. Los unos porque defendían la religión, querían imponer el orden a toda costa –y algunos pretendían el mantenimiento de privilegios sociales irritantes–; los otros, porque, salvo unos pocos republicanos moderados, pretendían imponer la dictadura del proletariado. La sublevación de octubre de 1934, protagonizada por el Partido Socialista, contra el Gobierno de la República y el intento separatista de la Generalidad de Cataluña, presidida por Luis Companys, si no son el comienzo de la Guerra Civil, cuando menos constituyen el preludio de la tragedia que se avecinaba. Nadie defendía los principios y valores de la democracia liberal. Por otra parte, no ha de olvidarse el grave daño que a la convivencia hizo el laicismo furibundamente anticlerical de la II República, plasmado en la propia Constitución de 1931, que dio lugar a una sañuda persecución de la Iglesia”.

"Los crímenes hechos en nombre de la revolución proletaria, por muchos agravantes que tengan, son tan execrables como los fusilamientos de los adversarios políticos perpetrados por quienes decían luchar por Dios y por la Patria. ¿Qué locura se había apoderado del pueblo español para llegar a estos extremos?".
Lo cierto es que los ideales revolucionarios de unos y el espíritu de Cruzada de otros quedaron manchados por crímenes execrables cuya constatación nos debe avergonzar como españoles”.



“La República habría venido con la intención de superar y remediar los males seculares de España. Fracasó por el oscurantismo de las fuerzas reaccionarias que, viendo peligrar sus privilegios, se alzaron en armas contra el pueblo. Los republicanos pudieron cometer errores; nunca, por supuesto, imputables a ellos mismos, sino derivados de la tarea ingente que abordaron (revocar, para mejor, lógicamente, la historia patria desde sus cimientos”.

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